HISTORIA

Sueños en el Orient Express

  • El mítico tren, fuente de inspiración literaria y cinematográfica, sigue vivo en la imaginación de millones de personas que evocan un pasado de lujo, misterio y glamour.

Aspecto del convoy del Orient Express a su paso por Budapest, en 1929.

Aspecto del convoy del Orient Express a su paso por Budapest, en 1929.

"¡Pasajeros al tren!". Como si hubiéramos retrocedido medio siglo en el tiempo, una locomotora a vapor de 1922 saluda, con su silbato antañón, a quienes se acercan estos días por la explanada del Instituto del Mundo Árabe (IMA) parisino. La máquina, una 230 G 353 del tipo Ten Wheel, capaz de arrastrar un tren de 400 toneladas, se yergue imponente a orillas del Sena junto a cuatro vagones igualmente venerables que la Compagnie Internationale des Wagons-Lits ha cedido al IMA para completar la muestra 'Érase una vez el Orient Express', que conmemora el 130º aniversario de la línea férrea más legendaria del Viejo Continente. "El Orient Express no es sólo un tren o un itinerario de ferrocarril", explica el consejero científico de la muestra, Gilles Gauthier. "Representa la fascinación por Oriente, un estilo de vida sofisticado y cosmopolita, pero también un puente entre civilizaciones. Por eso quisimos que este homenaje fuera más que una simple exposición, una invitación al viaje".

Para este veterano diplomático especializado en Asia Menor y traductor de literatura árabe, el medio millón de visitantes que esperan recibir de aquí al 31 de agosto debería evitar caer en la nostalgia de la época colonial y percibir la exposición desde una perspectiva más historicista que 'glamourosa'. "Cuando el empresario belga Georges Nagelmackers tuvo, a finales del siglo XIX, la idea de crear esta línea que unía diariamente París con Constantinopla [desde 1930, Estambul], recorriendo 3.050 kilómetros en 81 horas y 30 minutos, fue un auténtico hito de la revolución industrial que contribuyó decisivamente a romper barreras", señala.

"Gracias al Orient Express, Europa pasó de las leyendas que evocaban el Imperio Otomano a descubrir la realidad de aquellas tierras lejanas», indica por su parte Claude Mollard, comisario de la exhibición. "Y aunque poca gente lo recuerde hoy, la conexión con el Taurus Express permitía a los viajeros occidentales llegar en cuatro días y medio a Trípoli, en siete días a El Cairo, en ocho a Bagdad... Así que la historia de este tren es, también, la historia de Oriente Medio y de cómo ha cambiado el mundo árabe durante dicho periodo".

"Antes de que existiera este ferrocarril, sólo los diplomáticos y los aventureros lograban conocer Asia Menor", agrega la comisaria adjunta de la exposición, Agns Carayon. "El Orient Express fue, en ese sentido, el primer expreso internacional del mundo y permitió cruzar fronteras sin cambiar de tren".

Mucho tiempo ha transcurrido desde que, el 5 de junio de 1883, el primer convoy arrancó de la Gare de Strasbourg parisina -hoy, Gare de L'Est- rumbo a la entonces capital otomana, pasando inicialmente por Estrasburgo, Munich, Viena y Budapest. Al arrancar la locomotora, resonaron en el andén los acordes de la 'Marcha turca' de Mozart y los pasajeros -sólo hombres en aquel trayecto inaugural- brindaron con champagne Cordon Rouge de Georges Hermann Mumm.

Inspirado por el lujo de los coches-cama y del vagón-restaurante con servicio de guante blanco desarrollados en los Estados Unidos por George Pullman, Nagelmackers había concebido el Orient Express como un auténtico 'palace' sobre ruedas que podía competir en comodidades y gastronomía con los hoteles Carlton o Savoy de Londres que dirigía por aquel entonces un tal César Ritz. "Salmonetes de roca, tournedós con salsa bearnesa, silla de cordero a la Clamart, tisana al champagne...", reza el menú que se sirvió a una distinguida clientela que se vistió de 'tuxedo' -vulgo esmoquin- para cenar en apretadas mesas de dos o de cuatro comensales, a la luz de las lámparas de aceite.

Una vez superada con éxito la primera travesía, el expreso intercontinental pronto se convirtió en favorito de una élite aristocrática o artística asidua de las páginas de sociedad: las actrices Marlène Dietrich y Greta Garbo, la espía Mata Hari, el arqueólogo y aventurero Thomas Edward Lawrence (alias Lawrence de Arabia), el empresario de ballet ruso Serge Diaghilev, la soprano Maria Callas, la escritora Agatha Christie...

Para alojar a todas esas personalidades comme il faut, abrió sus puertas en 1895, en el barrio de Beyoglu -reducto de embajadas europeas y mansiones de ricos potentados judíos-, el suntuoso Pera Palace, que dominaba todo el Cuerno de Oro y al cual se accedía desde la Estación de Sirkeci mediante carruajes que cruzaban el bullicioso puente de Galata. Dicen que incluso Agatha Christie escribió en una de sus habitaciones -que hoy lleva su nombre- su relato más conocido: 'Asesinato en el Orient Express' (1934). Con tales premisas, ¡cómo no iba esta línea ferroviaria a convertirse en una fantasía de lujo asiático para el pueblo llano, que sabía de ella gracias a la literatura y el cine!

"Alrededor de nosotros se hallan personas de todas las clases, nacionalidades y edades. Durante tres días, estos extraños se ven forzados a estar juntos. Duermen y toman sus comidas bajo el mismo techo, no pueden evitar cruzarse. Al final del viaje, se separan, cada uno sigue su camino y seguramente no se vuelvan a ver jamás", cuenta Agatha Christie en las páginas de su icónica novela.

Si la creadora del inmortal inspector Poirot situó en este peculiar entorno un enrevesado homicidio colectivo -llevado a la gran pantalla por Sidney Lumet en 1974-, Ian Fleming lo aprovechó para que el espía británico James Bond y la desertora soviética Tatiana Romanova trataran de escapar de sus perseguidores en su quinta novela 'Desde Rusia con amor' (1957), que luego sería adaptada igualmente al cine por Terence Young en 1963. Pero hay muchos más libros y películas que han contribuido, de una forma u otra, a engrandecer el mito del Orient Express.

Desde Pierre Loti con su 'Fantasma de Oriente' (1892) hasta Vladimir Fedorovski y su 'Le Roman de l'Orient-Express' (2006), son legión las crónicas viajeras y relatos de misterio ambientados en este tren, destacando 'Las once mil vergas' (1907) de Guillaume Apollinaire, 'Orient Express' (1927) de John Dos Passos, 'Wagon-lit' (1932) de Joseph Kessel y 'Tren a Estambul' (1932), de Graham Greene, a quien gustó tanto la experiencia de la novela ferroviaria que repitió escenario en 'Viajes con mi tía' (1969).

George Cukor, por su parte, dirigió la versión cinematográfica de este último título en 1972, con una Maggie Smith magistral, fichada a última hora para encarnar a la inagotable tía Augusta después de que Katharine Hepburn fuera descartada por exigir demasiados cambios en el guión. Algunas escenas de este filme delicioso se proyectan en el sótano del Instituto del Mundo Árabe, junto a extractos de 'Alarma en el expreso' (Alfred Hitchcock, 1938), 'Sherlock Holmes ataca el Orient Express' (Herbert Ross, 1976) y otros largometrajes ambientados en el icónico trans-europeo.

Dichas imágenes cinematográficas comparten protagonismo, en los 800 metros cuadrados de salas expositivas del IMA, con mapas de los diferentes recorridos que realizó el tren a lo largo de su historia centenaria, maquetas, uniformes del personal de Wagon-Lits, affiches publicitarios, cuadros orientalistas, vajillas, platería y cristalería de época, menús y carteles, así como los baúles Moynat, casa parisina fundada en 1849 y que tuvo su apogeo comercial precisamente en esos felices años 20 en que el Orient Express reinició su actividad tras el dramático paréntesis de la Primera Guerra Mundial.

"El final de la Gran Guerra coincidió con la puesta en marcha del nuevo trazado de la línea, a través del túnel de Simplon, que atraviesa los Alpes uniendo el cantón suizo del Valais y el Piamonte italiano", explica Anthony Burton en 'The History of the Orient Express'. Merced a este itinerario se esquivaba Alemania y el tren pasaba por Lausana, Milán, Venecia, Trieste o Belgrado. La nueva línea tomó el nombre de Simplon Orient Express y supuso un acontecimiento en el periodo de Entreguerras.

"Después de la segunda contienda mundial, el telón de acero se encargó de hundir el sueño de Nagelmackers", comenta Mollard. Vías en mal estado, innumerables controles en las fronteras, la velocidad media pasó de 100 kilómetros por hora a 50... Todo esto, unido a la rapidez de los aviones, acabó con el romanticismo del histórico transcontinental, que hizo su último viaje París-Estambul en 1977. Desde entonces, funciona un remedo privado llamado Venice Simplon Orient Express, propiedad del coleccionista Sir James Sherwood, que ha adquirido en subastas varios vagones antiguos y los ha restaurado para realizar ocasionales viajes de ultra-lujo entre capitales europeas y sólo en agosto programa una salida que sigue el trayecto completo original con algunas variantes y conexiones. Pero no es lo mismo.

Mientras la SNCF -compañía ferroviaria francesa que ha invertido 2,5 millones de euros en la expo parisina- decide cómo seguir explotando en el futuro la prestigiosa marca, los mitómanos pueden acercarse a la explanada del Instituto del Mundo Árabe para contemplar la singular locomotora y visitar los cuatro vagones, ambientados con objetos de época, que conforman la primera parte del recorrido de 'Érase una vez el Orient Express'. A saber: el vagón-salón Pullman Flèche d'Or Nº 4159 construido en 1929 con 'boisseries' de acacia y apliques de vidrio modernista firmados por René Lalique; el coche-bar Train Bleu Nº 4160 del mismo año, con sus 8 mesas de café y sus 22 sillones 'bridge' de cuero; el coche-cama Tipo Ytb Nº3927, fechado en 1949 y equipado con 11 compartimentos, así como el espectacular vagón-restaurante Anatolie Nº2869, fabricado en 1925 y decorado por el reputado ebanista británico Albert Dunn.

En este último, por cierto, se puede cenar -previa imprescindible reserva- en el restaurante efímero que ha abierto hasta el 31 de julio Yannick Alenno (ex Le Meurice), con 40 plazas para degustar de martes a sábados un menú concebido, según el chef, "con el espíritu de una época en la que uno se tomaba su tiempo para cocinar". Consomé, soufflé, fricasé de pularda y repostería oriental forman la columna vertebral de esta degustación, a 120-160 euros el cubierto, servida sobre manteles de la histórica casa Porthaut y regada con champagne Baron de Rothschild. Una experiencia culinaria irrepetible que es, como toda la exposición que la rodea, un viaje virtual en un medio de transporte legendario hasta una época en que Europa miraba con fascinación al misterioso y no tan lejano Oriente.

Tomado de https://www.elmundo.es/cultura/2014/04/17/534edd7c268e3e32638b4581.html


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