OSHO, EL GURÙ DEL SEXO
Por: Laura G. De Rivera
Artículo publicado en Punto G, México
Los que conocieron al maestro en vida no olvidan las "orgías meditativas" de otros tiempos, que le valieron el sobrenombre de "sex-gurú" (historias de excesos que los nuevos "encargados" tratan de silenciar, temerosos de espantar a futuros clientes de la clase alta hindú). "Eramos 500 personas haciendo el amor. Osho era el guía, él no participaba. Cada vez que daba un golpe en el suelo con su bastón, había que cambiar de pareja", recuerda Vedanta, una argentina de 55 años, asidua a las enseñanzas oshianas desde 1978.
Pune, India.- En la entrada me recibe una pareja de voluntarios en túnicas color granate, maestros en la evasión ante cualquier pregunta. Los requisitos para acceder al centro son lo único claro. He de presentar un documento de identidad, dos fotografías (se puede contratar al fotógrafo del "resort"), no tener SIDA y pagar la inscripción (alrededor 80 dólares). Por unos 55 dólares y sin salir del recinto, un médico me hace la prueba del VIH, con los resultados listos una hora después. Ya sólo queda comprar el bono diario para las actividades comunes (los cursos de Tantra, masajes, curación… se contratan aparte). Y vestir una túnica granate, obligatoria. Precisamente, tienen su propia tienda de ropa con túnicas de diseño inglés, a precios también ingleses.
Este centro de meditación de lujo para occidentales en busca de sí mismos, está inspirado en las enseñanzas del gurú indio Bhagwan Rajneesh (1931-1990), más conocido como Osho. Al cruzar sus puertas, los ruidos, la suciedad, el humo y el calor pegajoso de la ciudad desaparecen en un hermoso edén salpicado de fuentes, frescas sombras de árboles, flores, edificios acristalados de delicado diseño, limpias cafeterías y restaurantes a la europea, cuartos de baño con papel higiénico y taza…En uno de sus jardines japoneses, admiro la popular "sex-pool" o piscina, testigo líquido de renombrados "encuentros".
Ni el celibato ni la austeridad estaban entre las premisas de este gurú que llegó a tener una colección de cientos de Rolls Royce en su aventura norteamericana. "Dale a tu cuerpo lo que pide. Si estás preocupado por el dinero o porque no puedes satisfacer tus deseos, no podrás meditar", afirmaba. "Dios bendiga a los ricos", clamaba. Y a ellos está dirigido el "Resort". Los que conocieron al maestro en vida no olvidan las "orgías meditativas" de otros tiempos, que le valieron el sobrenombre de "sex-gurú" (historias de excesos que los nuevos "encargados" tratan de silenciar, temerosos de espantar a futuros clientes de la clase alta hindú). "Eramos 500 personas haciendo el amor. Osho era el guía, él no participaba. Cada vez que daba un golpe en el suelo con su bastón, había que cambiar de pareja", recuerda Vedanta, una argentina de 55 años, asidua a las enseñanzas oshianas desde 1978.
Mi primer día comienza a las 6 a.m. con una "Meditación Dinámica" en el Buddha Hall, una gran sala acristalada bajo árboles llenos de pájaros y con aire acondicionado para las horas más calientes. Llego cinco minutos tarde para encontrarme con unas cien personas que saltan y agitan los brazos entre sonidos animalescos. Intento imitarlos, pero cada uno hace algo diferente, no hay pautas, ni monitores. De pronto todos callan y descansan. Luego vuelven a empezar. Una larga hora en la que, tal vez por mi ignorancia, no consigo relajarme.
8 am. Es la hora del lento e hipnótico discurso de Osho, que aunque esté muerto desde hace doce años, sigue vivo en espíritu y en sus vídeos. Su voz inunda cada esquina. Sus seguidores dormitan o escuchan la grabación ante opíparos desayunos. Poco a poco, con el sol, todo se va llenado de vida. Comienzan los juegos de miradas y los acercamientos. Un largo abrazo con melosas caricias parece ser el saludo obligado. "No te había visto antes… ¿Quieres venir a mi casa?", me ataca un sonriente cuarentón hippie inglés, sin querer soltar mis manos. Es uno de los "energy freaks", hambrientos de "energía sexual". A cada paso se repite el ritual de abrazos, hombres y mujeres se entrelazan con grandes demostraciones de felicidad. Todo parece rebosar amor. Hasta en los carteles que salpican el recinto: "Bienamados, no habléis en esta zona", "Bienamados, recoged las bandejas después de comer"…
Me encuentro con Antonio, un madrileño de 33 años que conocí en el tren desde Bombay. "Esto es increíble. ¡Llevo aquí sólo una semana y ya he tenido tres aventuras!", sonríe eufórico. "Aquí las mujeres están más abiertas, porque al estar todo revestido de espiritualidad, parece que tenemos más permiso para abordarlas", me cuenta antes de salir volando para su clase de tiro con arco Zen. Richa, una linda joven de la alta casta hindú, jamás podría dejarse abrazar en las calles indias por alguien ajeno a su familia. Pero en la burbuja del "Resort", todo es muy diferente. "Tras una meditación te encuentras muy sensible, abierta, llena de amor… abrazar a un hombre que no conoces se convierte en lo más natural". Tal vez, es esa sensación de bienestar lo que hace que todos anden como en una nube rosa. O tal vez es porque descubrieron el secreto del Tantra. "Una vez que aprendes la manera de permanecer en él, el orgasmo puede rodearte las 24 horas del día", afirmaba "el maestro" en uno de sus 600 libros. Las drogas, además de prohibidas, no son necesarias, el éxtasis de la meditación flota en el ambiente y es contagioso.
Las meditaciones de Osho alivian el cuerpo y el alma. También liberan bloqueos, dejando salir al verdadero yo. Lo que equivale en muchos casos a una inundación de testosterona. Si no que se lo digan a Adolfo, otro español, de Burgos, recién salido de una breve demostración de Tantra. Sus veinticinco años están llenos de asombro y excitación. "Nunca había visto nada igual. ¿Cómo fue? Primero haces una meditación, luego caminas mirando a los ojos a la gente y a una señal de la maestra tienes que elegir una pareja, tomar sus manos, cerrar los ojos y sentir su energía. Luego bailamos pegando los cuerpos, con una música muy sensual, muy provocativa, sin dejar de mirar a los ojos…", me explica. "Estas cosas no pasan en España, esta manera tan directa de tratar el intercambio de energía sexual entre hombre y mujer". Adolfo trabaja en un proyecto de desarrollo para las zonas pobres del Norte de India y sólo tiene tres días libres, pero promete ahorrar y volver para hacer el curso completo. Le acompaña un italiano, mayor y más calmado. "La clave es no apegarse a la pareja", me alecciona levantando una ceja.
Pablo, un mexicano de 35 años, dueño de una empresa de construcción, hizo hace tres meses el curso de Tantra, diez días por 1.500 dólares. "Para mí, se trata de cómo aprovechar al máximo las energías sexuales… También enseña a pensar más en el placer de la mujer". Una acaramelada nórdica irrumpe para abrazar a Pablo, luego le pregunta su nombre y el número de su habitación. En todo este clima de amor y libertad, la fidelidad queda relegada al baúl de las antiguallas. Las parejas proliferan como las setas en otoño, aunque, como señala Pablo "todos saben que es pasajero". En la calle, me aborda Ajit un indio de unos 40 años que fuma obsesivamente, la mirada llena de lujuria y avidez. Reprimidos por la castrante sociedad hindú, los habitantes de Pune tienen ante sus narices una zona de libre sexo que jamás tendrán la oportunidad de catar. Los cursos de Tantra, por ejemplo, están prohibidos para los indios.
De nuevo en el "Resort", a las puertas del "templo del fumar", reservado para ello, el australiano Wayne, de 60 años, suspira cabizbajo. "Aquí todo el mundo se abraza y yo estoy muy confundido. Provengo de una educación tradicional, católica y todos mis principios se tambalean. Sobre todo respecto al sexo, aquí no hay limitaciones". Los monitores le recomendaron un curso de energías previo al de Tantra, "porque todavía no estaba preparado". Según escribía Osho, "la Iluminación es el último objetivo, el sexo es sólo el primer paso. Y aquellos que rechacen este primer paso, nunca progresarán".
http://www.sexologia.com/index.asp?pagina=http://www.sexologia.com/articulos/varios/oshoelgurudelsexo.htm
Pune, India.- En la entrada me recibe una pareja de voluntarios en túnicas color granate, maestros en la evasión ante cualquier pregunta. Los requisitos para acceder al centro son lo único claro. He de presentar un documento de identidad, dos fotografías (se puede contratar al fotógrafo del "resort"), no tener SIDA y pagar la inscripción (alrededor 80 dólares). Por unos 55 dólares y sin salir del recinto, un médico me hace la prueba del VIH, con los resultados listos una hora después. Ya sólo queda comprar el bono diario para las actividades comunes (los cursos de Tantra, masajes, curación… se contratan aparte). Y vestir una túnica granate, obligatoria. Precisamente, tienen su propia tienda de ropa con túnicas de diseño inglés, a precios también ingleses.
Este centro de meditación de lujo para occidentales en busca de sí mismos, está inspirado en las enseñanzas del gurú indio Bhagwan Rajneesh (1931-1990), más conocido como Osho. Al cruzar sus puertas, los ruidos, la suciedad, el humo y el calor pegajoso de la ciudad desaparecen en un hermoso edén salpicado de fuentes, frescas sombras de árboles, flores, edificios acristalados de delicado diseño, limpias cafeterías y restaurantes a la europea, cuartos de baño con papel higiénico y taza…En uno de sus jardines japoneses, admiro la popular "sex-pool" o piscina, testigo líquido de renombrados "encuentros".
Ni el celibato ni la austeridad estaban entre las premisas de este gurú que llegó a tener una colección de cientos de Rolls Royce en su aventura norteamericana. "Dale a tu cuerpo lo que pide. Si estás preocupado por el dinero o porque no puedes satisfacer tus deseos, no podrás meditar", afirmaba. "Dios bendiga a los ricos", clamaba. Y a ellos está dirigido el "Resort". Los que conocieron al maestro en vida no olvidan las "orgías meditativas" de otros tiempos, que le valieron el sobrenombre de "sex-gurú" (historias de excesos que los nuevos "encargados" tratan de silenciar, temerosos de espantar a futuros clientes de la clase alta hindú). "Eramos 500 personas haciendo el amor. Osho era el guía, él no participaba. Cada vez que daba un golpe en el suelo con su bastón, había que cambiar de pareja", recuerda Vedanta, una argentina de 55 años, asidua a las enseñanzas oshianas desde 1978.
Mi primer día comienza a las 6 a.m. con una "Meditación Dinámica" en el Buddha Hall, una gran sala acristalada bajo árboles llenos de pájaros y con aire acondicionado para las horas más calientes. Llego cinco minutos tarde para encontrarme con unas cien personas que saltan y agitan los brazos entre sonidos animalescos. Intento imitarlos, pero cada uno hace algo diferente, no hay pautas, ni monitores. De pronto todos callan y descansan. Luego vuelven a empezar. Una larga hora en la que, tal vez por mi ignorancia, no consigo relajarme.
8 am. Es la hora del lento e hipnótico discurso de Osho, que aunque esté muerto desde hace doce años, sigue vivo en espíritu y en sus vídeos. Su voz inunda cada esquina. Sus seguidores dormitan o escuchan la grabación ante opíparos desayunos. Poco a poco, con el sol, todo se va llenado de vida. Comienzan los juegos de miradas y los acercamientos. Un largo abrazo con melosas caricias parece ser el saludo obligado. "No te había visto antes… ¿Quieres venir a mi casa?", me ataca un sonriente cuarentón hippie inglés, sin querer soltar mis manos. Es uno de los "energy freaks", hambrientos de "energía sexual". A cada paso se repite el ritual de abrazos, hombres y mujeres se entrelazan con grandes demostraciones de felicidad. Todo parece rebosar amor. Hasta en los carteles que salpican el recinto: "Bienamados, no habléis en esta zona", "Bienamados, recoged las bandejas después de comer"…
Me encuentro con Antonio, un madrileño de 33 años que conocí en el tren desde Bombay. "Esto es increíble. ¡Llevo aquí sólo una semana y ya he tenido tres aventuras!", sonríe eufórico. "Aquí las mujeres están más abiertas, porque al estar todo revestido de espiritualidad, parece que tenemos más permiso para abordarlas", me cuenta antes de salir volando para su clase de tiro con arco Zen. Richa, una linda joven de la alta casta hindú, jamás podría dejarse abrazar en las calles indias por alguien ajeno a su familia. Pero en la burbuja del "Resort", todo es muy diferente. "Tras una meditación te encuentras muy sensible, abierta, llena de amor… abrazar a un hombre que no conoces se convierte en lo más natural". Tal vez, es esa sensación de bienestar lo que hace que todos anden como en una nube rosa. O tal vez es porque descubrieron el secreto del Tantra. "Una vez que aprendes la manera de permanecer en él, el orgasmo puede rodearte las 24 horas del día", afirmaba "el maestro" en uno de sus 600 libros. Las drogas, además de prohibidas, no son necesarias, el éxtasis de la meditación flota en el ambiente y es contagioso.
Las meditaciones de Osho alivian el cuerpo y el alma. También liberan bloqueos, dejando salir al verdadero yo. Lo que equivale en muchos casos a una inundación de testosterona. Si no que se lo digan a Adolfo, otro español, de Burgos, recién salido de una breve demostración de Tantra. Sus veinticinco años están llenos de asombro y excitación. "Nunca había visto nada igual. ¿Cómo fue? Primero haces una meditación, luego caminas mirando a los ojos a la gente y a una señal de la maestra tienes que elegir una pareja, tomar sus manos, cerrar los ojos y sentir su energía. Luego bailamos pegando los cuerpos, con una música muy sensual, muy provocativa, sin dejar de mirar a los ojos…", me explica. "Estas cosas no pasan en España, esta manera tan directa de tratar el intercambio de energía sexual entre hombre y mujer". Adolfo trabaja en un proyecto de desarrollo para las zonas pobres del Norte de India y sólo tiene tres días libres, pero promete ahorrar y volver para hacer el curso completo. Le acompaña un italiano, mayor y más calmado. "La clave es no apegarse a la pareja", me alecciona levantando una ceja.
Pablo, un mexicano de 35 años, dueño de una empresa de construcción, hizo hace tres meses el curso de Tantra, diez días por 1.500 dólares. "Para mí, se trata de cómo aprovechar al máximo las energías sexuales… También enseña a pensar más en el placer de la mujer". Una acaramelada nórdica irrumpe para abrazar a Pablo, luego le pregunta su nombre y el número de su habitación. En todo este clima de amor y libertad, la fidelidad queda relegada al baúl de las antiguallas. Las parejas proliferan como las setas en otoño, aunque, como señala Pablo "todos saben que es pasajero". En la calle, me aborda Ajit un indio de unos 40 años que fuma obsesivamente, la mirada llena de lujuria y avidez. Reprimidos por la castrante sociedad hindú, los habitantes de Pune tienen ante sus narices una zona de libre sexo que jamás tendrán la oportunidad de catar. Los cursos de Tantra, por ejemplo, están prohibidos para los indios.
De nuevo en el "Resort", a las puertas del "templo del fumar", reservado para ello, el australiano Wayne, de 60 años, suspira cabizbajo. "Aquí todo el mundo se abraza y yo estoy muy confundido. Provengo de una educación tradicional, católica y todos mis principios se tambalean. Sobre todo respecto al sexo, aquí no hay limitaciones". Los monitores le recomendaron un curso de energías previo al de Tantra, "porque todavía no estaba preparado". Según escribía Osho, "la Iluminación es el último objetivo, el sexo es sólo el primer paso. Y aquellos que rechacen este primer paso, nunca progresarán".
http://www.sexologia.com/index.asp?pagina=http://www.sexologia.com/articulos/varios/oshoelgurudelsexo.htm
Comentarios