BREVE HISTORIA DEL CULO
“Breve historia del culo”, de Jean-Luc Henning
Traducción de José Miguel González Marcén
Principal de los Libros (Barcelona, 2010)
Son las nueve y media de un frío sábado decembrino. Mad men en la tele. Me encanta la serie y me cautiva Christina Hendricks. Sale del despacho. Se contonea. Silencio. Suspiro. ¡Madre del amor hermoso! Termina el episodio y cambio de canal. Blanco y negro italiano con ribetes dorados. Monica Bellucci, digna sucesora del animal más bello del mundo. Tiemblan los adoquines de Roma. ¡Mamma mia, mamma mia let me go! Cuando visito el Louvre siempre me detengo para contemplar La muerte de Sardanápalo del inmortal Delacroix. Me fascina la esclava desnuda, con su inmortal as de oros, sagrado cuadril pictórico. No, no soy un culópata, sólo un ser humano normal y corriente que adora las posaderas. Caminar por la calle y voltearse está mal visto, pero oigan, vivimos una maldita vez, así que lo reconozco, cuando observo belleza, por mucho que sea trasera, me gusta admirarla, quizá desaparezca para siempre jamás, y los ojos se crearon para mirar e intentar deleitarse.
El culo es una parte corporal oculta y fascinante, casi prohibida porque durante siglos fue considerada inmoral, un oprobio basado en parte en la sodomía, prohibida por ley en Francia hasta 1791. Jean- Luc Henning le ha dedicado una breve historia que sorprenderá a propios y a extraños. Las mentes sensibles podrán leerlo sin escandalizarse, y espero que suceda lo mismo con aquellas personas maniáticas que consideren el tratamiento de su texto algo machista, no hagan como la sufragista que acuchilló en 1914 a la inocente Venus del espejo de Velázquez. No es sexismo, simplemente el autor repasa la milenaria tradición de las callanas y deduce que las femeninas han sido mucho más representadas, y nadie debe rasgarse las vestiduras. El antifonario de las mujeres tiene el doble de células adiposas que el del hombre, dándole un volumen más carnoso que provocará el delirio hasta que las estrellas se apaguen y el Planeta desaparezca. Sin embargo, es bien sabido que los griegos tenían una cierta querencia por el salvohonor masculino, pero si nos quedáramos en lo conocido deshonraríamos la magnífica investigación del autor galo, brillante al detectar la escasez de estudios sobre el tema y desarrollar una tesis que desde el fragmento se mete de lleno en el agujero, perdón, en el meollo de la cuestión.
¿Quieren saciar su curiosidad? Volvamos a lo helénico. Admiramos las estatuas marmóreas de la Antigüedad. Les recomiendo prescindir de catálogos e ir directamente al museo, pues de otro modo no podrán admirar esas nalgas de piedra tan bien esculpidas, perfección que es amor por la anatomía humana perpetuada en el arte por pintores, bailarines, cineastas, escritores y lo que ustedes quieran. El tabalario causó pavor desde la noche de los tiempos. En Roma, los encargados de la vigilancia de las costumbres eran conocidos como inspectores del culo, parte muy desdeñada, útil para faltar al respeto cuando queremos protestar. Los hooligans lo enseñan y la gente crea insultos que lo mencionan cada dos por tres. Por otra parte, creo que todos hemos sido niños. Las amigas de nuestras madres se arremolinaban a nuestro alrededor y admiraban lo inmaculado de nuestra puerta trasera, única al no causar estupor ni, dios nos libre, deseo carnal de ningún tipo. Cuando crecemos nuestra mente evoluciona y se fija en el tamaño. Sí, en la variedad reside el gusto. Los hay pequeños, de melocotón, grandes, respingones, estrechos, aficionados al contoneo, discretos, caídos y duros como una roca. El trascorral tiene gran cantidad de devotos. Dirán que sus funciones son limitadas, que no tiene ni voz ni voto. De acuerdo, pero si se paran a pensar las veces que lo admiran durante la jornada o las ocasiones en que acude a su mente concluirán que tiene su importancia.
Yoko Ono – Four (1967), película anterior a Bottoms, a la que hace referencia el reseñista
Yoko Ono hizo un corto de siete minutos con trescientos sesenta nalgatorios ilustres. Su experiencia pertenece a la época audiovisual. Antes, los pinceles llevaban las de ganar y la mitología, aturde reflexionar y darse cuenta que hasta hace bien poco era el paradigma que resumía el comportamiento humano, se representaba hasta la saciedad. Las tres gracias de Rubens ocupan el lienzo y desbordan exhuberancia por el exceso con una rotundidad que Ingres repite en el baño turco, pero con más sutileza al repartir sus alargadas féminas en ese maravilloso tondo de 1862. No es que los enfants de la patrie tengan la primicia sobre tan noble parte. El autor barre para casa en sus apreciaciones sobre la grupa, y es bien normal. Géricault amaba las de los caballos, Edgar Degas frecuentaba los burdeles en busca de inspiración y el Marqués de Sade rompió tabúes en la desenfrenada locura del siglo XVIII, donde Occidente se dio a la lujuria y no sólo con Casanova, sino con el jolgorio típico de las épocas que amenazan ruina y exigen destapar vergüenzas para aliviar el dolor de la pérdida. El sufrimiento también está en el culo. Uno de los grandes personajes del Setecientos, el filósofo Rousseau, confesó disfrutar de los azotes, sadomaso light indemne a la tortura por eso de la piel regenerada del trasero. Las condenas por el ano eran terribles. Una rata entubada circulaba por su interior y los reos pedían el fin del suplicio hasta desangrarse.
Dejémonos de malos olores. Henning no menciona mucho los pedos, aunque su escaparate del orificio es interminable. Pellizcarlo produce sobresaltos y un leve dolor agradable, casi gracioso. Magrear y ser magreado. Partirse el culo. La expresión tiene tela marinera. ¿Cómo fraccionar algo dividido simétricamente? Gómez de la Serna quiso hallar igualdades pectorales porque con las nalgas no podía jugar y Buñuel poetizó la similitud de esas zonas erógenas en Un perro andaluz en la escena donde un ciego palpa los senos de una mujer desnuda que se metamorfosean en el protagonista del ensayo publicado por Principal de los Libros, a quien damos la bienvenida y auguramos más éxitos cargados de atrevimiento y originalidad. Al menos han conseguido que los que hemos leído su libro pensemos en ellos cuando acariciamos el tabalario de alguien a la luz de la luna, que, fíjense bien, también remite al culo. No se obsesionen.
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