"ESPIRITERIA” : Cómo produce el cerebro experiencias religiosas y místicas
Francisco J. Rubia Vila Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid ha publicado este interesante artículo que se puede encontrar en http://www.tendencias21.net/Espiriteria-Como-produce-el-cerebro-experiencias-religiosas-y-misticas_a30969.html y que hemos sintetizado para nuestros lectores.
Nuestro cerebro es capaz de producir experiencias
espirituales, religiosas, numinosas, divinas, místicas o de trascendencia,
gracias a una hiperactividad en el sistema límbico o cerebro emocional. Este
hecho, revelado por la neuroespiritualidad, supondría la anulación de la
antítesis clásica entre materia y espíritu. También sugiere que la
espiritualidad sería una facultad cognitiva más de nuestra especie. Francisco J. Rubia.
Antes de explicar
por qué podemos decir que el cerebro produce experiencias espirituales, se hace
necesario definir lo que se entiende por “espiritualidad”. El Diccionario de la
Real Academia Española refiere lo siguiente: “Naturaleza y condición de
espiritual”, definición que no nos convence porque es sabido que lo definido no
debe entrar en la definición. A
continuación buscamos lo que se entiende por “espiritual” y leemos:
“Perteneciente o relativo al espíritu”. De nuevo un resultado parecido, por lo
que buscamos la definición de “espíritu” y encontramos lo siguiente: “Ser
inmaterial y dotado de razón”. Esta última definición nos lleva a plantearnos
si el Diccionario de la Real Academia Española está a la altura de los tiempos.
Esta definición es absurda desde el punto de
vista neurocientífico, ya que lo que viene a decir es que los seres
inmateriales, presuponiendo su existencia, tienen cerebro, ya que no hay razón
sin cerebro. El Diccionario de Oxford nos define la palabra
espiritual de la manera siguiente: “Relacionado con el espíritu o alma y no con
la naturaleza física o materia”. En esta definición, el espíritu se contrapone,
de manera dualista clásica, a la materia. Pero ya hemos dicho que esto no es
válido para el cerebro, por lo que esta definición no nos satisface tampoco. Hay
otra definición también del mismo Diccionario respecto a la palabra espiritual
que dice: “tener una mente o emociones de una alta y delicadamente refinada
calidad”. Esta última definición se acerca más a lo que vamos a tratar en esta
conferencia y entendemos por espiritualidad.
La espiritualidad
estudiada por la ciencia
Lo que se plantea hoy aquí es que el cerebro, genera
experiencias que se han llamado espirituales, religiosas, divinas, numinosas,
místicas o de trascendencia gracias a la hiperactividad de estructuras que
pertenecen al sistema límbico o cerebro emocional, y que se encuentran en la profundidad
del lóbulo temporal.
Esta hipótesis es apoyada por los experimentos que Michael
Persinger, realizó en los años ochenta del pasado siglo, experimentos con
sujetos voluntarios normales y sanos utilizando la estimulación
electromagnética de los lóbulos temporales, pudiendo en ellos producir la
sensación de presencias de seres espirituales.
Curiosamente, estos seres espirituales eran
siempre de la religión a la que pertenecían los individuos en cuestión. Así que
ningún cristiano vio nunca a Buda, a Alá o a Manitú, de la misma manera que
ningún budista, mahometano o indio vio nunca a Jesucristo o a la Virgen María.
En esos mismos años, concretamente en 1980,
Arnold Mandell, sostenía que tanto las
anfetaminas, como la cocaína y otras drogas alucinógenas constituían un puente
farmacológico hacia la trascendencia, porque disminuían la síntesis de
serotonina, un neurotransmisor cerebral que inhibe las estructuras límbicas del
lóbulo temporal con la consecuente hiperactividad por desinhibición de esas
estructuras que producen las experiencias espirituales, numinosas, divinas
místicas o de trascendencia.
El papel de la
dopamina
Hoy sabemos que la ingesta de LSD,
psilocibina, DMT o mezcalina, es decir drogas llamadas “enteógenas (termino que
etimológicamente significa “dios generado entre nosotros”), han sido llamadas
así porque permiten el acceso a una segunda realidad en la que los sujetos
dicen entrar en contacto con sus dioses, debido a que estas drogas reducen la
actividad de células que contienen serotonina y dopamina, neurotransmisores cerebrales implicados en estas experiencias: Un
gen del receptor de dopamina, el DRD4, se asocia de manera significativa a
medidas de espiritualidad y auto-trascendencia; por otro lado sabemos que
trastornos debidos a un exceso de dopamina, como la esquizofrenia y el
trastorno obsesivo-compulsivo se asocian a aumentos de espiritualidad y
religiosidad; y que los fármacos anti-psicóticos que bloquean la acción de la
dopamina a nivel del sistema límbico disminuyen las conductas y los delirios
religiosos en los pacientes.
A la vista de estos hechos, se propone una definición de espiritualidad distinta a las definiciones que se han mencionado anteriormente. La espiritualidad
podría definirse como “El sentimiento o impresión subjetiva de
alegría extraordinaria, de atemporalidad y de acceder a una segunda realidad
que es experimentada más vívida e intensamente que la realidad cotidiana y que
está producida por la hiperactividad de estructuras del cerebro emocional”.
La sensación de
alegría, felicidad o bienaventuranza viene mediada por la producción cerebral
de endorfinas, sustancias parecidas a la morfina que el propio cerebro produce
como analgésicos y sin las cuales los ejercicios musculares extenuantes no
podrían realizarse por el dolor que produce la acumulación de ácido láctico. De
ahí que los corredores de maratón o los atletas de alto rendimiento tengan
experiencias placenteras que quieren repetir siempre que pueden.
Experiencias
espirituales y religiones
Las experiencias espirituales, son seguramente
la base sobre la que descansan las religiones. Todos los fundadores de
religiones han tenido experiencias espirituales o místicas intensas.
Por eso se puede decir que no hay religión sin
espiritualidad, pero sí existe espiritualidad sin religión, lo que significa
que el término espiritualidad es un término más amplio que el de religión.
Espiritualidad sin religión la tenemos, por ejemplo, en lo que podríamos llamar
corrientes filosóficas, como el budismo, el jainismo, el confucianismo y
algunas formas del hinduismo.
El budismo, por ejemplo, no es una religión,
sino una filosofía. El filósofo alemán Friedrich Nietzsche la llamaba
“fisiología del alma”. Y no es una religión porque en ella no hay dioses. Lo
que yo mismo he podido observar en templos budistas de China y del Japón es un
desarrollo que nada tiene que ver con la doctrina. Esos templos se asemejan a
los de cualquier otra religión.
Pero eso es lo que los seguidores de Buda han
hecho: han convertido a Buda en un dios y lo adoran como a cualquier otro,
rezando ante él y realizando ofrendas.
Que la espiritualidad puede existir sin
religión es, pues, evidente. En tiempos recientes asistimos asimismo a una
disminución del número de personas que asisten a las iglesias de las religiones
tradicionales, pero no así a la participación en sectas, cultos, rituales y
otras manifestaciones de tipo espiritual que está en aumento.
Sir Alister Hardy,
que escribió el libro titulado The spiritual nature of man (La naturaleza
espiritual del hombre), decía que las experiencias espirituales o de
trascendencia habían afectado no sólo a personas religiosas, sino también a
ateos y agnósticos, por lo que puede decirse, repito, que la religión es
inconcebible sin espiritualidad, pero que existe una espiritualidad sin religión.
Experiencias espirituales
y sistema límbico
¿Qué podemos aducir a favor de la hipótesis de
que las experiencias a las que nos estamos refiriendo son el producto de la
hiperactividad de las estructuras límbicas del lóbulo temporal?
Aparte de los experimentos ya mencionados de
Michael Persinger, están las experiencias cercanas a la muerte. En este tipo
de experiencias se producen fenómenos que son comunes a las experiencias
místicas, como por ejemplo la sensación de felicidad, paz y bienaventuranza, la
visión de una luz brillante e intensa, la aparición de seres espirituales
(recordemos: siempre de la propia religión), la sensación de flotar en el
espacio o levitar y de observarse desde lo alto, síntoma llamado autoscopia y
que hoy puede provocarse experimentalmente por la estimulación eléctrica del
giro angular del cerebro, la pérdida del sentido del tiempo y del espacio, la
pérdida del yo y la fusión con la naturaleza, el universo o Dios.
Curiosamente, la autoscopia se interpretó en
el pasado como una prueba de la existencia del alma que abandonaría el cuerpo y
volvería a él cuando el paciente era resucitado por maniobras médicas o de
manera espontánea.
Todos esos síntomas se han atribuido a la
falta de oxígeno y al aumento del dióxido de carbono que inactivaría en primer
lugar las células más pequeñas y que tienen un metabolismo más alto, células
que suelen ser inhibidoras, por lo que se produciría una desinhibición, o sea
una hiperactividad, de las estructuras límbicas en cuestión.
Otros fenómenos parecidos se producen por la
ingesta de sustancias enteógenas que mencionamos antes.
Las estructuras que considero responsables de
las experiencias espirituales poseen muchos receptores para la dopamina, por lo
que un aumento de la dopamina por cualquier circunstancia, como ya vimos antes,
es capaz de activar estas estructuras y, si ese aumento es considerable,
provocar las experiencias que hemos llamado espirituales, religiosas,
numinosas, divinas, místicas o de trascendencia.
La búsqueda de flores, plantas, lianas y
hongos que contienen sustancias capaces de producir este tipo de experiencias
se remonta al pasado más remoto de la humanidad. Es más, no solo los humanos
han practicado esta búsqueda y han ingerido esas sustancias, sino muchos otros
animales.
En su libro Animales que se drogan, el
etnobotánico y etnomicólogo Giorgio Samorini relata que numerosas especies de
animales ingieren drogas de plantas, hongos, bayas y flores. Caribúes, vacas,
elefantes, gatos, renos, cabras, primates no humanos, pero también muchos
pájaros, mariposas, moscas, abejas y hasta caracoles suelen ingerir esas
sustancias enteógenas.
El psicofarmacólogo Ronald Siegel en su libro
Intoxication refiere el caso de muchos animales que buscan plantas narcóticas,
como las abejas, que se intoxican con algunas orquídeas y caen al suelo en una
especie de estupor para volver luego a las mismas plantas. O ciertos pájaros,
que se drogan con bayas; gatos que huelen plantas aromáticas que producen
placer y luego juegan con objetos imaginarios; o monos, que ingieren “hongos
mágicos” y luego se sientan con la cabeza entre las manos.
Muchas culturas han utilizado estas sustancias
en su religión porque inducen experiencias espirituales. Por eso, a muchas de
estas sustancias o a las propias plantas y hongos se le dieron nombres
religiosos como “voces de los dioses”, “niños angelicales”, “carne de los
dioses”, etc.
Los renos de Siberia suelen buscar el hongo
alucinógeno o enteógeno Amanita muscaria, llamado hongo matamoscas o falsa
oronja, para ingerirlo. Este hongo crece bajo coníferas, hayas y abedules y
también es buscado por ardillas y moscas, de ahí su nombre. En el Canadá son
los caribúes los que también lo ingieren. Muy probablemente, los chamanes de
Siberia copiaron a los renos, descubriendo así las propiedades que les
permitían el acceso a esa segunda realidad.
El etnobotánico estadounidense Gordon Wasson
(Diapositiva 25) suponía que los componentes enteógenos de este hongo, la
muscarina, figuraban en el antiguo “soma”, elixir que se menciona en los Vedas,
libros sagrados de la India y que se remontan a unos 1.500 años a.C. Las tribus
indígenas de Chukotka y Kamchatka, en el extremo nordeste de Siberia,
acostumbraban beber la orina de los que habían ingerido el hongo matamoscas.
Se sabe hoy que los principios activos pierden
las impurezas al atravesar el filtro del organismo por lo que la orina es más
enteógena que la mera ingesta del hongo.
Respecto a los efectos de las drogas
enteógenas y las experiencias espirituales o místicas, algunos autores niegan
que esos efectos puedan compararse con lo que ocurre en los éxtasis místicos y
experiencias religiosas espontáneas, pero una gran autoridad en misticismo, el
filósofo inglés Walter Terence Stace, cuando se le preguntó si la experiencia
con drogas era similar a la experiencia mística, respondió: “no es que sea
similar a la experiencia mística: es la experiencia mística”.
El estudioso
estadounidense de las religiones, Huston Smith, afirma lo siguiente: “El
rechazo a admitir que las drogas pueden inducir experiencias descriptivamente
indistinguibles de aquellas que son religiosas espontáneamente es homólogo al
rechazo de los teólogos del siglo XVIII a mirar por el telescopio de Galileo,
o, cuando lo hicieron, su persistencia en rechazar lo que veían como
maquinaciones del diablo”.
Si la espiritualidad
es el resultado de la hiperactividad de las estructuras límbicas del lóbulo
temporal, con sus conexiones con otras regiones cerebrales, entonces hay que
admitir que es un fenómeno que en determinadas circunstancias siempre se
producirá.
El físico alemán Albert Einstein decía: “La
emoción más hermosa que podemos experimentar es la mística. Es la sembradora de
todo arte y ciencia auténticos. Quien sea extraño a esta emoción… es como si
estuviera muerto”.
Esta frase nos está
diciendo que las experiencias espirituales son importantes en arte y en
ciencia. Recordemos la segunda definición de espiritual del Oxford Dictionary.
De ella deducimos que las emociones pueden ser de mayor o menor intensidad.
Llamamos, por ejemplo, experiencias
espirituales a lo que sentimos ante la belleza de un cuadro, una magnífica
puesta de sol, o los sentimientos profundos que nos puede evocar la música.
Luego hay experiencias quizá más profundas,
como las que refieren aquellas personas que dicen haber tenido lo que se suele
denominar una llamada, o una vocación que hace que el sujeto experimente una
conversión o que entre en una orden religiosa, o abrace una determinada
ideología. Son experiencias unitivas, pero que pueden ser de intensidad
variable.
Y finalmente también están las experiencias
místicas propiamente dichas, el arrobamiento o el éxtasis, con una intensidad
mucho mayor.
Una facultad mental
más
Desde luego si la espiritualidad es generada
por el cerebro estaríamos ante una facultad mental más, que, como todas las
demás, necesita lógicamente de un medio adecuado para desarrollarse, como
ocurre con el lenguaje, la inteligencia o la música. No podemos negar la
espiritualidad de un Mozart, pero si nace en África, con toda seguridad no
tendríamos su música “divina”.
En la frase que
mencionamos antes, Einstein equiparaba la mística a una emoción. No es de
extrañar que estas experiencias sean fuertemente emocionales habida cuenta que
son el fruto de la hiperactividad de estructuras del cerebro emocional. Y hoy
sabemos que la emocionalidad es fundamental no sólo para las artes, sino también
para la creatividad e incluso para el pensamiento racional.
Hay motivos para pensar que la génesis de la
espiritualidad puede estar en lo que hipotéticamente hemos descrito: la
activación de estructuras límbicas. El evangelio apócrifo de Santo Tomás, por
ejemplo, dice lo siguiente: “Cuando convirtáis los dos en uno, cuando hagáis lo
que está dentro igual a lo que está fuera y lo que está fuera a lo que está
dentro, y lo que está arriba a lo que está abajo, cuando convirtáis lo
masculino y lo femenino en una sola cosa… entonces entraréis en el Reino de los
Cielos”.
Mi interpretación es
la siguiente: cuando anuléis la consciencia del yo, dualista, lógico-analítica,
podréis acceder a lo que podemos llamar la consciencia límbica, aquí
caracterizada como “El Reino de los Cielos”.
Es algo parecido a
lo que se dice en el evangelio de San Lucas 17, 21: “El Reino de los Cielos
está dentro de vosotros”. También Agustín de Tagaste, San Agustín, decía: “No
vayas fuera, entra en ti mismo: en el hombre interior habita la verdad”. O en
el budismo, que se dice que todos somos Buda, pero no lo sabemos.
De manera que si la fuente y el origen de las
experiencias espirituales, y por ende, de las religiones, es el sistema
límbico, habrá siempre experiencias espirituales, conduzcan éstas a la religión
o no.
Sin embargo, no es lo mismo creer en
revelaciones de seres espirituales que tener consciencia de que esas
experiencias son fruto del funcionamiento de nuestro cerebro. Esta última
convicción transformaría nuestra manera
de ver las experiencias místicas y la religión en su conjunto.
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