Una vieja historia de la mierda
Alfredo López Austin y Francisco Toledo
Editorial: CEMCA, México, 2009.
La historia, que abarca todo el devenir humano a lo largo del tiempo, ahora se nos muestra dentro de un tópico poco explorado como el que contiene el libro que hoy presentamos. Si en las páginas de la historia vemos los procesos sociales
desde diferentes perspectivas, los acontecimientos ocurridos aquí y
allá, las transformaciones y cambios cuantitativos y cualitativos, las
epopeyas de los pueblos y el hacer de los héroes, toca ahora tratar un tema que también tiene su historia: el de la mierda. La mierda es tan vieja como la humanidad y, por ende, su historia también. A ella nos conducen las palabras de Alfredo López Austin y la estética de Francisco Toledo; cada uno, en su campo, son paradigmas que han transformado las bases de su quehacer cotidiano y han dado, con sabiduría, sensibilidad e intelecto, nuevos impulsos a la práctica de la historia y del arte.
No me extraña para nada el asombro que le causara a Alfredo la inusitada proposición de Francisco un día de mayo de 1986. Escribir y pintar –cada quien a lo suyo— sobre el tema de la mierda “en el contexto
cultural indígena mexicano” (p. 7) representaba no sólo un reto, sino
algo indispensable. Pese a las vicisitudes que el primero pasaba por
aquél entonces, accedió de buena gana a meter mano en la mierda, y el escrito, así como el material gráfico, quedó listo para su primera impresión.
Hoy estamos aquí reunidos para celebrar la aparición de la segunda edición en español después de que en 2009 se hiciera en francés. El Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (cemca) pone su sello junto con Le Castor
Astral para hacer realidad, una vez más, la obra que presentamos. El
contenido de la misma queda expresado desde las primeras palabras: “Por eso esa historia de la mierda, vieja como es, sigue dando
tumbos con nuevos afeites. Viene de las voces de Mesoamérica. En
verdad de antes, de más allá. Va transformada entre los pueblos que
habitan el territorio mexicano, y más allá. Llega por distintas corrientes, algunas que pasaron por la vida de los mexicas; otras, las más, que fueron sus pasarelas, hermanas por origen y por trato” (pp. 15-16).
No nos extrañe, pues, el tema que el libro encierra. Ya Fernand Braudel nos había dado en algún momento una historia del vino, de la cerveza, del chocolate, el té y el café, y hasta del agua. De esta última nos dice en el tomo I de Civilización material, economía y capitalismo, siglos xv-xviii, lo siguiente:
“En París, el gran proveedor continúa siendo el propio Sena. A su agua,
vendida por los aguadores, se le atribuyen todas las cualidades: […] la
de ser excelente para la salud, cualidad que se puede poner en duda con
toda legitimidad. ‘En el brazo del río que baña el quai Pelletier y entre los dos puentes, dice un testigo (1771), numerosos tintoreros vierten sus tintas tres veces a la semana
[…] El arco que compone el quai de Gévres es un lugar pestilente. Toda
esta parte de la ciudad bebe un agua infecta’. Sin embargo, pronto se
puso remedio a esta situación. Y con todo, más valía el agua del Sena
que la de los pozos de la orilla izquierda, que no estaban protegidos contra peligrosas infiltraciones y con la que los panaderos hacían el pan. Esta agua del río, de naturaleza laxante, resultaba sin duda ‘incómoda para los
extranjeros’, pero podían añadirle unas gotas de vinagre, comprar agua
filtrada y ‘mejorada’, como el agua llamada del Rey, o también esa agua,
mejor que todas las demás, llamada de Bristol”.
La razón de mencionar aquí
a Braudel obedece a varios motivos: la admiración que Alfredo siente
por él —no es para menos— y, desde luego, al tema citado en donde
podemos corroborar que la dudosa pureza del agua provocaba, como lo
insinúa el autor, problemas a los extranjeros por su cualidad laxante
que seguramente los obligaba a visitar constantemente el retrete. Como
se ve, si en México se habla de “la venganza de Moctezuma”, allá podríamos, por que no, referirnos a “la venganza de Luis XVI”.
Sirvan
las anteriores palabras como preámbulo al tema y pasemos a la
descripción del contenido del libro. Más que capítulos, el autor nos da
una serie de apartados —18 en total— en los que discurre, analiza,
observa y señala en diferentes partes del ensayo aspectos relacionados
con los apartados en cuestión. Comienza con “Una vieja historia de la
mierda” repartida en cinco tantos, que se van engarzando con aspectos tales como “Miscelánea” o el relato quiché denominado “Majestad”.
En el caso del primero leemos de algunos presagios tarascos de
destrucción y llegada de los españoles al mismo tiempo que el autor nos
relata la manera en que un tlacoli podía alcanzar la libertad al pisar una mierda y ser purificado por medio del agua. También nos dice del don Cecilio Robelo y su interpretación del nombre Tláhuac como aféresis de Cuitláhuac que a su vez es apócope de Cuitlahuacapan,
que significa “en agua de caca seca o dura”. Otros temas se expresan
como el relacionado con Tamoanchan o la interpretación de sueños entre
los otomíes relacionados con serpientes que entran al cuerpo o el desear
excrementos, sueños que no deben contarse a nadie pues son avisos de
persecución.
En el apartado 4, López Austin relata la manera en que los antiguos y actuales nahuas, así como los zapotecas, mixepopolucas y zoquepopolucas del Istmo, concebían el cuerpo humano: la parte superior del mismo contenía el pensamiento combinado con sentimientos serenos y en él se depositaban los jugos nutricionales que tenía vínculo con “las divinas fuerzas del destino” (p. 29), en tanto que la parte baja contenía las pasiones y preparaba las heces para ser arrojadas. También se resalta la manera en que las prostitutas y los homosexuales son tratados despectivamente con epítetos como “mierducha”, “excremento de perro” y otras lindezas.
El apartado 5 advierte sobre animales e insectos relacionados con la mierda: el jaguar, aves, peces, gusanos, hormigas, moscas, escarabajos, en tanto que el 6 hace referencia a un personaje de la fábula literaria: Pedro de Urdimalas, de quien dice López Austin: “cruzó el océano, arribó a las costas mexicanas, oscureció su piel y, ya transformado en indio, se dio a urdir males por caminos y caseríos” (p. 39). Enseguida viene el tema de salud, enfermedad, medicina y muerte, rico en contenido histórico y etnográfico. Según los antiguos nahuas, el dios Amímitl protege y cura a los humanos de diarreas; al mismo tiempo se dan los remedios contra distintos males estomacales. Para los huaves de San Mateo del Mar en Oaxaca la mierda sirve para curar a los mordidos
por este animal, que muere si se hace que la coma de un palo untado con
ella. El relato de María Díaz como causante del mal de su hija es
interesante, ya que esta última comió del barro conocido como hap choch
y quedó postrada, hasta que le dieron a beber media jícara de
aguardiente bien mezclada con excremento de guajolote, con lo que se
compuso de inmediato.
Para
los mayas yucatecos de la Colonia, quien se hería con una flecha se
enfermaba del estómago, al igual que entre los chinantecos de Oaxaca se
piensa que el tocar la caca de zopilote dará mal del pinto.
Recomendable es —a mi juicio— visitar a los huaves de San Mateo del
Mar, pues han encontrado que la caca café de las gallinas tiene valor
terapéutico para curarlas de sus patas, aunque también sirve, como lo
comprobó un viejito de la comunidad, para reponer el himen roto de una
muchacha… ¡Ah que viejito!
Pasemos al apartado 9, en donde el autor habla acerca del excremento y los olores del inframundo, conforme a las creencias de los antiguos nahuas y quichés, cuicatecos y chinantecos de Oaxaca. “Cargamos en nuestro cuerpo una forma de muerte: el excremento” nos dice Alfredo y de inmediato nos recuerda cómo antiguamente había una relación entre los basureros y el inframundo: “El hedor de los basureros se identificaba con el tenebroso
Mictlan. El helado mundo de los muertos era el origen de la fetidez” y
nos dice más adelante: “En el negro y húmedo Mictlan la peste
atormentaba a los difuntos” (p. 58). La cita de los Primeros Memoriales
de Sahagún es elocuente al respecto.
Una
nueva “Miscelánea” nos adentra en diversos relatos como aquél de los
totonacas de la sierra de Puebla, en donde el dios de la tierra se queja
de que lo pateen, se sienten sobre él, lo caguen y lo orinen. O aquél
otro presente en varios pueblos en donde se refieren a enemas
practicados con recipientes de cerámica idóneos para tal fin. Otro tanto
ocurre cuando los antiguos nahuas hablan del color amarillo con que
están pintadas dos franjas en el rostro del dios Huitzilopochtli, color
de caca de niño. Entre los tzotziles de Chiapas se dice de un animal
monstruo que devora a un cazador y al mismo tiempo empieza a arrojarlo
por detrás.
Pasemos ahora al apartado 12 dedicado, nuevamente, a salud, enfermedad, medicina y muerte. Aquí se nos comenta de las propiedades terapéuticas de la caca de iguana empleada para curar las nubes de los ojos, mientras que los nahuas antiguos utilizaban una mezcla de pulque con caca de halcón y pato y un poquito
de cola de tlacuache para las embarazadas que no podían parir; o el
estiércol de hormiga aplicado contra la gota, y el polvo de mierda
humana que sirve tanto para los ojos inyectados de sangre como para
nubes y cataratas. Y podemos citar muchos remedios más recopilados de diversos pueblos indígenas en donde vemos la enorme variedad de remedios que curan. También tenemos el diagnóstico que se logra, como sucede entre los huaves, por medio de la observación del excremento humano pasa saber si la enfermedad es fría o caliente
y así aplicar el remedio correspondiente. Sabemos que los antiguos
nahuas podían identificar a quienes padecían de gusanos por las señales que están en el rostro de quien los padece.
El
apartado 13 trae a colación lo relativo a ciertos minerales como el oro
y la plata, considerados excrementos de los dioses, especialmente del
Sol y de la Luna, como se pensaba entre tarascos y nahuas antiguos. Otros minerales también presentan acciones curativas que benefician a los hombres.
“Cuentos
y mitos” se llama el apartado que trata, precisamente, sobre este tema.
Entre los nahuas de San Pedro Jícora de Durango tenemos el cuento de
la iguana que es comida bajo la prohibición de que no deben hacerlo
determinadas personas, y al desobedecer éstas el mandato perecen, pues
fue tan fuerte la diarrea que padecieron el padre y el hijo que la habían
comido, que se ahogaron en ella. Entre los mixtecos de San Pedro
Xicayan, Oaxaca, se cuenta cómo el tigre invitó al tlacuache a cazar
vacas para finalmente morir este último cagado y orinado colgando
de la cola de la vaca. Y así podríamos continuar mencionando los casos
del “jaguar que fumó”, de los lacandones o el del perro, de los nahuas
de Zongolica, Veracruz, que lleva un mensaje al Tláloc escondido en el
culo pero jamás regresó, de allí la razón por la que los perros se
huelen el trasero: para conocer la respuesta del dios.
Particularmente
interesante resulta el mito entre los mixes de Oaxaca acerca de la
manera en que fueron concebidos el Sol y la Luna. Se dice que María
estaba tejiendo cuando llegó un pajarito y se paró sobre el hilo, por lo que lo
espantó pero volvió a regresar y se zurró en el hilo. María se molestó y
le dio un manotazo pero, compasiva, lo guardó en su seno. El calor
revivió al pajarito quien preñó a la doncella que así formó al Sol y la Luna. Quiero ver en la manera en que se produce el embarazo ciertas reminiscencias del pensamiento católico y algo del pensamiento antiguo. Acerca del origen de los pobres y de los ricos es el relato de los zoquepopolucas
de Veracruz. Se dice que antes todos los hombres eran iguales, pero
Dios quiso hacerlos ricos y pobres, para lo cual invitó a una fiesta en la que embarró caca de guajolote en el patio. Al llegar los invitados se sorprendieron, pero algunos se animaron a pisarla diciendo que no importaba si habrían de divertirse. “desde entonces hay ricos y pobres. Y desde entonces los ricos, por más que se tallen, quedan pringados de cagada” (p. 97).
Bajo
el término de “Paremiología” tenemos el apartado 16 rico en adagios,
adivinanzas, metáforas y eufemismos. Del primero tenemos aquél que dice:
“Come por segunda vez su excremento” aplicado a quien da algo y lo
quita. Las siguientes adivinanzas, que al igual que el adagio anterior son de los nahuas antiguos, dicen:
“¿qué cosa es la que está levantada en el camino, cosilla como piedra
de tinta? —La caca del perro”; o esta otra, ¿qué cosa es “ya va a salir,
toma tu piedra”? —La mierda” (p. 99).
Como ejemplo de eufemismo vemos que el hecho de evacuar se dice “vamos al monte” o “vamos a sentarnos de una vez” según los chinantecos de Oaxaca. Una metáfora aplicable
a nuestros políticos proviene de los antiguos nahuas y dice así: “Lleno
de polvo, lleno de basura”, que se refiere a los malos gobernantes.
Esta es la explicación: “Estas palabras se dicen del que gobierna
ilegítimamente, del que ilegítimamente adquiere fortuna, del que
ilegítimamente se enriquece. ¿Acaso es buena la forma en que gobiernas, o
por la que te enriqueciste? ¿O es bueno lo que comes? Sólo están llenos del polvo, llenos de basura el gobierno o la comida que comes” (p. 101).
Entre
los muchos atributos y problemas que presenta el excremento, tenemos
uno que nos atañe a López Austin y a mí directamente. Sobre el
particular dicen los zapotecos del Istmo: “Dicen allá en el Istmo que la
calvicie es producida por la caca de los zopilotes. Los pajarracos hediondos
–dicen—, pelones y arrugados, cagan desde las alturas las cabezas de
los ancianos y las costras al secarse, arrancan los cabellos. Falso ha
de ser, ya que las grandes testas de los burros son mejores blancos desde el cielo, y, como bien se sabe, no hay burro calvo” (pp. 81-82).
Para
finalizar con la parte escrita recomiendo la lectura del libro en su
totalidad y en particular el apartado 17, en donde nuestro autor borda
acerca de nuestra herencia biológica y cultural. Dice en un
momento dado: “Con el grito rebelde. Las heces dejaron de ser una mera
excreción maloliente, asquerosa. Pudo entonces la mierda transformarse
en símbolo. Se multiplicaron los caminos. Quedaron asociados por contigüidad todos los productos del vientre; la retención
de la masa se equiparó a la avaricia; la proximidad demasiada se
convirtió en ofensa; la urgencia de evacuación se ligó a las pasiones;
el deshecho de nuestro propio cuerpo, inerte, fue visto como
anticipación cadavérica. También pudo ser forzado —no olvidado— el legado biológico, y surgieron aquí y allá sobre la superficie de la Tierra otros sentidos de sublevación o sumisión: nacieron así, para sublimación o para escándalo la copofragia sádica y la mística” (p. 106).
Complemento
magnífico del escrito son las pinturas y dibujos que nos regala Toledo
en distintas partes de la obra, desde pequeñas viñetas de hombres y
animales defecando hasta pinturas que lo dicen todo. Algo que llama mi
atención es que, en ningún momento, el artista hace que una de estas figuras, especialmente las humanas, hagan sus necesidades dentro de un inodoro. Todos lo hacen en cuclillas directamente sobre el piso o la tierra. Esta forma ancestral y campesina de “hacer del cuerpo” la practicamos con éxito los arqueólogos en el campo. Famosas se hicieron las faldas
de tehuana que Navarrete implementó en Chiapas cuando por allá
estábamos y teníamos que internarnos en la selva para hacer nuestras
necesidades y los mosquitos hacían presa de las carnes más queridas. La
falda de tehuana, amplia como es, vino a solucionar el problema: cada quien
tenía la suya de vivos colores que se colocaba al momento de
encuclillarse y evitar así el ataque de los moscos. No faltó alguno que
llevado por una exaltación folklórica se colocara el resplandor alrededor de la cabeza. Esto trajo sus consecuencias: los ingenieros que construían la presa donde hacíamos el rescate arqueológico maloreaban diciendo “estos arqueólogos son medio exquisitos…” poniendo así en duda la virilidad del gremio…
Pero volvamos a las pinturas de Francisco. Hay una que tiene un contenido que va más allá de la obra de arte, además de serlo: se trata de un pequeño esqueleto que defeca en la tierra y debajo de ésta se
abre una enorme oquedad oscura. O aquella otra en que varias personas
de espaldas hacen lo mismo. Los dibujos y pinturas nos indican algo:
tanto vivos como muertos cagan, aunque en estos últimos parezca
inverosímil.
Hay un dicho que dice “somos lo que comemos”, que equivaldría a decir “somos lo que cagamos”. Ya lo dice un antiguo relato nahua de Matlapa, San Luis Potosí: “Antes, la humanidad vivía triste, La gente de este mundo tenía tamales, tenía atole; pero ni comía ni bebía. Todos se conformaban con oler
la comida. No podían tragarla, porque no había forma de echarla fuera.
Llegó el dios del Maíz adonde vivían nuestros antepasados y les hizo su
agujerito. Desde entonces somos felices, porque ya podemos comer tamales y atole” (p. 19).
Para finalizar sólo comentaré que estamos ante un ensayo antropológico rico en contenido etnográfico, en simbolismos y en posibilidades. Con esto último me refiero a que abre un nuevo campo de investigación
olvidado por los estudiosos, ya por pudibundez, ya por considerar que
el tema no aporta mucho. Por el contrario, y como hemos visto, múltiples
son los caminos que se pueden transitar cuando con conocimiento y paciencia se sigue un derrotero que, como en este caso, nos manda directamente a la mierda…
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