El Apra en su laberinto
UNA ENTREVISTA CON JAVIER BARREDA* POR EDUARDO TOCHE Y MARTÍN PAREDES
Cuánto de la crisis que el aprista puede percibir en su organización responde a una lectura de su propia historia partidaria y de contrastarla con el presente?
Es difícil que un pueblo aprista y sus dirigentes traten de explicar su supuesta crisis, que en general viven todos los partidos, a partir de una autopercepción que solo su historia puede explicar. Es muy difícil que a un pueblo como el Apra le plantees que los problemas que puede tener son su propia responsabilidad. Hemos estado siempre en jaque, desde que nacimos, con la oligarquía, con los militares, con la izquierda. Entonces, en los apristas se fortaleció la idea de que los males no venían de adentro sino de afuera. Eso fortalece una identidad, cohesiona, pero tampoco es fácil plantearle procesos de modernización, de renovación. Hay esa visión de que los problemas del país no son responsabilidad del Apra sino de otros: de la oligarquía, del imperialismo, de los militares. Después de la muerte de Haya hay todo un debate sobre lo que éramos en el espectro político-ideológico nacional. Se planteó que no éramos los únicos que estábamos en la izquierda, que las relaciones con Prado y Odría eran complicadas y había que cuestionarlas. Eran cosas que no se decían. A partir de 1980 hay esa necesidad de ver lo que pasaba en el Apra, también por causa de sus propios errores. Armando Villanueva comentaba a un grupo de dirigentes de la organización que gran parte de los problemas del Apra habían surgido de una mala acción estratégica o táctica del partido en algunas coyunturas. A partir de la muerte de Haya se abre una reflexión acerca de que nuestros problemas son parte de nuestras propias acciones. Y ahora, cuando planteamos los problemas del partido, también hay que ver lo que pasó en la década de 1980, nuestra experiencia en el gobierno. Eso también es parte de nuestra reflexión: lo que nosotros pudimos hacer por el país y no hicimos o lo hicimos a medias.
Hace unas décadas, el Apra ofertaba una idea básica que permitía identificarla políticamente sin ningún problema. En el camino el Perú ha ido cambiando, los peruanos hemos cambiado y pareciera que la dinámica del Apra no va a la par de este cambio. Ahora, desde afuera tenemos la percepción de un partido envejecido, que se quedó en el tiempo, que no tiene propuestas, que no tiene incluso posibilidad de manejar conyunturas muy difíciles en el país. Hubo varias en las que el papel del Apra fue decisivo. Lo del 56 puede leerse de diversas maneras, pero lo objetivo en este caso es que el Apra manejó la coyuntura de una determinada forma. No sé hasta qué punto hay actualmente esta capacidad. El país ha cambiado profundamente y exige nuevas formas de organización política, pero qué es lo que vemos en todos los partidos políticos, y particularmente en el Apra: sistemas altamente concentrados, centralizados, que no responden a los intereses y expectativas de la población.
Tengo una lectura distinta sobre el envejecimiento del Apra. Cuando el muro de Berlín se viene abajo, sacude a la izquierda y también en alguna medida al Apra, pero ideológicamente desde donde se han dado respuestas más sólidas con respecto a todo este discurso despolitizador del neoliberalismo y esta visión tecnocrática de la vida cotidiana y de los asuntos públicos es desde la socialdemocracia, y es donde el Apra se ha mantenido y ha consolidado su relación. Desde la transición post Fujimori hasta ahora hay una serie de hechos que demuestran que en muchos aspectos el Apra ha planteado una serie de temas de importancia. Sí creo que el Perú exige más del Apra. No considero que en la sociedad peruana exista la idea de que el Apra deba desaparecer, sino que tiene que expresar cosas novedosas. En el año 31 expresamos algo nuevo; el asunto es cómo expresamos algo nuevo en el 2005 y en adelante. No sé hasta qué punto el Apra ha errado en las estrategias organizativas en las últimas coyunturas. Durante el gobierno de Fujimori, el Apra fue uno de los pocos partidos que desarrolló alguna acción regional de resistencia, de movilización con la sociedad civil, con los gremios. Y justamente todos los dirigentes que ahora están en las regiones son los que se han fogueado política y socialmente en esos años. ¿Quiénes son los parlamentarios más jóvenes? Son apristas. ¿Quiénes son los presidentes regionales más jóvenes? Son apristas, como Homero Burgos y Omar Quesada, más allá de sus gestiones. Yo no veo tanto un envejecimiento del Apra; creo que es un partido que convive con dos grandes elementos: uno es su vieja tradición, que nos acompaña permanentemente; y otro es una serie de expresiones de acción política y de liderazgos nuevos. La pregunta es qué hacemos con el sistema político para tener más oxígeno y mayor articulación con la sociedad. Sí, faltan cosas en materia de liderazgos, a pesar de que ha habido avances. Ahora tenemos elecciones internas en Lima para elegir la lista parlamentaria y están yendo muchos ex ministros que no deberían estar en las internas, porque van a afectar nuestra relación con el país nuevo. Estos ministros pueden tener sentencia exculpatoria del Poder Judicial, pero ¿con qué derecho les decimos no postules? ¿Qué hay que hacer? Algo difícil: internamente tenemos que plantear una renovación. El proceso es muy complicado. Qué pasa, por ejemplo, si en una región gana un ex ministro muy conocido y hay que ponerlo en la lista porque la ley de partidos así lo exige, aunque sabemos que para afuera eso es un indicador negativo de una renovación en el partido. Pero hay que respetar la democracia interna. Es difícil plantear audazmente medidas de cambio en partidos con institucionalidades no perfectas pero existentes; ello implica una serie de avances y retrocesos. En 1982, Alan García tenía una gran capacidad de trabajo y, a pesar de su poder, no pudo prescindir de un gran sector del partido, del aparato, de la tradición, que muchas veces no permitían hacer reformas importantes en la gestión de gobierno.
En 1990 ustedes presentaron a Alva Castro como candidato; perdió pero obtuvo 22 por ciento; en 1995 Mercedes Cabanillas ya saca 4 por ciento, y en 2000 Abel Salinas uno por ciento. Si no es envejecimiento, ¿qué cosa es? Claro, pueden decir que el discurso antipartido de la aplanadora fujimorista fue terrible y que no solo los afectó a ustedes sino a todos los partidos, pero internamente cómo han evaluado la década de Fujimori y, si se trata de nuevas caras, ustedes presentaron nuevas caras y no les fue muy bien. ¿Si no es Alan García no es nadie?
Recuerdo una entrevista a Julio Cotler en marzo de 1995, en la que decía que era evidente que el Apra iba a sacar 16 por ciento. Los resultados del 95 fueron impresionantes para los dirigentes y para los militantes del Apra: en Trujillo ganó Fujimori. Fue algo terrible, un tremendo remezón: las viejas lealtades partidarias de una sociedad hacia una estructura partidaria se habían diluido rápidamente. Después de ese resultado hay un congreso partidario; el desánimo era grande. Alva Castro gana las elecciones internas en el 96 y plantea una estrategia de resistencia y recuperar espacios perdidos, como el norte. Ya no había lealtades partidarias imbatibles. Nos dimos cuenta de que el Apra misma tenía que rescatar a su viejo electorado, y para eso había que ofertar cosas interesantes. Fueron años bastante difíciles, porque hubo una gran diáspora y se quedó un núcleo muy duro, que es el que mantiene la lucha contra Fujimori. Pero el pueblo aprista se distancia y a este núcleo le toca hacer la resistencia. Mi generación no recibió un Apra optimista con relación a la gente. Nosotros recibimos el Apra en la década de Fujimori y esa coyuntura adversa nos fogueó, nos dio capacidad de respuesta, de movilización, de reflexión. Fueron años en los que aprendimos por lo menos una cosa fundamental: el pragmatismo de nuestro propio pueblo aprista. Hemos conversado con mucha gente que regresó al partido que en el 95 votó por Pérez de Cuéllar contra Fujimori, y votaron por Toledo en el 2000. El Apra tiene que presentarle cosas viables a su propio pueblo. Antes, Haya decía que había que votar por Prado y la gente votaba por Prado. La relación entre dirigencia partidaria, dirigencia intermedia y pueblo aprista es ahora más tensa. En 1992, después del gobierno aprista, Alan gana el congreso de Trujillo. Alan García solo pudo colocar cinco dirigentes de toda la plana. Desde fuera se ve un liderazgo todopoderoso de García, pero dentro del partido hay mucha mediación. En el último congreso la tensión también ha sido muy fuerte para encontrar una fórmula intermedia entre dos formas de ver el país desde el Apra: una forma mucho más pragmática, la modernizadora, y una visión más social, distribucionista. Reconozco que hubo muchos errores, pero también que hay mucha mezquindad con los aportes del Apra en la lucha contra Fujimori. ¿Quién sacó las cuentas de Montesinos? Jorge del Castillo. A pesar de que yo no comparto la línea de Jorge al interior del partido, pues programáticamente me inclino por una opción mucho más social, él fue uno de los que estuvo ahí. La década de 1990 nos enseñó que no hay lealtades en política. El Apra se hizo tan pragmática como el Perú de los noventa. El pueblo aprista no podía dejar de ser también pragmático en su voto.
Un factor en la reducción del Apra a esta mínima expresión en la década de 1990 es Fujimori, pero el otro son los resultados de la gestión de García. Lo digo como una manera de introducir a García como el factor gravitante de la historia aprista en las dos últimas décadas. Así como García puede ser considerado uno de los factores que llevan a la situación crítica que vive el Apra en los noventa, también habría que explicar por qué repentinamente su regreso hace que el Apra retorne hacia su tercio electoral histórico. Vuelve a aglutinar a los apristas, regresan muchos de los que se habían apartado de la actividad partidaria. García es el gran culpable de la catástrofe que vive el aprismo durante los noventa, pero también es quien recupera posiciones para el Apra. ¿Cómo explicas eso?
¿Por qué el Apra tuvo lo que tuvo cuando estuvo en el gobierno? En 1990, con la candidatura de Alva Castro, si los apristas hubiésemos confiado más en nosotros mismos, habríamos pasado a la segunda vuelta. Los resultados del gobierno son críticos, en general nos quedamos sin hacer muchas cosas, pero no debió ser ese el balance del gobierno aprista. En 1990 tuvimos seis de las doce regiones, tuvimos primera mayoría en diputados y en el Senado. Fujimori rompe eso. El único partido populista que podía hacer un contrapeso a un ajuste en democracia era el Apra. Cuando Fujimori da el golpe de Estado saca a García, y el Apra se debilita. Sí, creo que un factor determinante de la vigencia del Apra es Alan García. Una de las herencias de Haya fue dejar en el sentir común de los apristas que nuestra organización puede ser muy flexible, muy abierta, muy enraizada, pero el líder es gravitante; la necesidad de un continuador está en el inconsciente aprista. Cuando García regresó empalmó con eso. El factor García explica mucho en el Apra. Yo veo que García está condenado a reivindicar a su partido con el país. Recuerdo una reunión clandestina de dirigentes con Alan García en 1999, en Colombia; allí él dio una respuesta soberbia pero importante: «En el Perú el Apra no está completa, no estoy yo, no estamos completos. Cuando yo vuelva el Apra estará completa». Es una constatación de García que el Apra tiene un referente antropomórfico muy fuerte. ¿Cómo combinamos esa referencia tan fuerte hacia el líder con mecanismos institucionales internos? Sí se puede. Es difícil, pero lo estamos haciendo. No somos un cuerpo orgánico unívoco, ni todos pensamos lo mismo, y se nota. Hay dos Apras, hay dos formas de ver al país; siempre las hubo. La genialidad de Haya fue que supo, bajo su figura, darle el matiz correspondiente a cada uno de los sectores del partido. Ahora hay un Apra con matices. Pepe Murgia en Trujillo tiene una forma de articularse con la sociedad distinta de la de Homero Burgos, y Mulder y Del Castillo igual. Este país plural que ha cambiado no puede entender, creo, un partido unívoco. El partido tiene que tener estas tendencias, reconocerlas e institucionalizarlas.
Pero electoralmente el Apra no puede vivir sin Alan García.
Por ahora, Alan García es un candidato evidentemente importante en el partido.
¿Importante o imprescindible?
Las dos cosas.
No creo que, aparte de García, haya algún dirigente aprista capaz de atraer a los no apristas. Lo que hizo García no solo en el 85 sino en 2001 fue traer votos no apristas. Podemos reconocer muchas capacidades a Del Castillo, a Cabanillas, pero no la capacidad de convocar más allá del militante.
Por ahora no, tú lo has dicho. Efectivamente, aparte de Alan García yo tampoco veo una persona con la capacidad de incorporar votos no apristas al Apra. Pero, a pesar de que él sabe que su liderazgo es tan fuerte o más fuerte que el Apra, plantea una serie de mecanismos de modernización del partido. Es decir, es un líder que sabe que tiene un peso gravitante, pero también que es transitorio. Siempre los movimientos populares tienen una etapa de reflujo en la que presentan al país, luego de un encantamiento carismático, algunos líderes un poco más fríos, más horizontales. No descarto que en el Apra ocurra eso en el futuro. Pero lo que rescato de García es que plantea temas importantes para el fortalecimiento del partido después de él. Yo no he visto en el país a otro líder que haga lo mismo con su partido. García es hijo de los setenta y un político de los setenta, formado en esa década. Él tiene esa especial visión de que la política debe estar articulada a los idearios y al liderazgo; esta relación de que quien dirige tiene también que ser el ideólogo. Creo que este rezago en García es útil ahora, porque permite hacer planteamientos sobre lo que debería ser el partido en el futuro, más allá de su liderazgo concreto como candidato presidencial.
Pero el futuro está acá nomás, porque García ha declarado que si no gana esta vez la presidencia ya no volverá a postular.
Una idea importante de García es que los espacios de la política en el Apra no pueden ser obtenidos por designación. Reconozco que los de mi generación nos quejamos de que no nos dan espacio. Y en la política, los espacios se conquistan. He trabajado con García el tema de la juventud, del rejuvenecimiento de la política en el partido, hemos propuesto ideas importantes y nos cuesta. El congreso del partido aprobó que el 30 por ciento de dirigentes de todo el país sean jóvenes. Hay una especie de depuración e incorporación de jóvenes. Nos cuesta, es difícil. Si García fuera una persona autoritaria y dirigiera el Apra verticalmente hubiéramos expulsado a todos los dirigentes que no acataran esta medida. Nos ha costado convencerlos, persuadirlos. García está condenado a dejar un Apra más fuerte de la que él encontró.
Hasta hace un par de décadas era válido que el Apra se definiera como un frente de trabajadores manuales e intelectuales, pero en un país que ahora no tiene obreros y con una clase media muy acortada y casi a punto de desaparecer, ¿a quién representa el Apra?
Hace poco Alan García habló de una sociedad informal en el partido, y que expresar a esta sociedad más informal y menos estructurada, donde un ciudadano no es solo obrero, sino puede ser obrero la mitad del tiempo y después puede ser cobrador de combi y en la noche estar en una panadería, implica remover toda la organización. Es más difícil expresar a esta sociedad orgánicamente. Es un desafío, pero considero que en las contradicciones que tiene esta sociedad entre capital-trabajo, Lima-periferia, elitismo-cultura popular, el Apra tiene que recoger aquellas demandas, sentimientos e intereses que van por lo segundo: el trabajo, las regiones y todo lo que implique la expresión popular. ¿A quién representa el Apra en el 2000 y hacia adelante? Justamente a aquellos que les va mal en el mercado, a aquellos que están excluidos. Ese es el fin del partido ahora. Tal vez en el 2 por ciento de sindicalizados es difícil plantear un partido de masas, pero hay que llevar el partido a aquellos que les ha ido mal en el sistema; ese es el fin de un partido popular. La izquierda pudo expresar eso si hubiese tenido liderazgos y gente con mayor capacidad para entenderlo; hubiésemos tenido una izquierda a la izquierda del Apra. El Apra tiene gente muy preparada, pero los intelectuales se concentraron en la izquierda, y a pesar de eso, todo el bagaje intelectual de mucha gente en el país no pudo construir un proyecto continuador de la izquierda del mariateguismo. ¿Qué es lo popular ahora? ¿Qué es el pueblo ahora? Estos informales, estos emergentes que también acumulan, que son pragmáticos. Ese es un gran desafío en el partido. A ellos hay que expresarlos.
De ahí que tengan que pelearse a este grupo social C, D, E, marginal, excluido, o lo que sea, con el fujimorismo.
Yo no veo al fujimorismo tan estructurado. Su electorado es sumamente pragmático. Y cuanto más vulnerable vean a Fujimori menos fujimoristas van a ser. En la década de 1980 nuestras clases medias eran más articuladas dentro del Apra y tenían más protagonismo. El Apra de ahora es mucho más mestiza, más popular, más migrante. Antes, Seoane, Heysen, Townsend, Borea eran gente que expresaba una clase media informada; ahora no, el partido está expresando algo distinto. Lo ves en los rostros de los jóvenes que llegan al partido: de universidad pública, de institutos, que no estudian, excluidos del trabajo y del estudio, ves nuevas clases medias, ya no es la clase media clásica; esa no está en el partido. El Apra es más popular que antes en la conformación de los líderes intermedios y de base. El Apra es más chola que antes. Expresa más universidad pública provinciana que universidad particular. Y como es más popular tiene elementos de pragmatismo, por eso mismo es más irreverente. Las propuestas de modernización del partido tienen que saberse transmitir en una «sociedad civil-aprista» mucho más complicada, mestiza, andina, práctica. Cuando preguntas qué va a hacer el Apra para ser la de antes, te digo: muy poco, porque no va a ser la de antes. Lo que hubo antes ya pasó. De lo que se trata es de lo que va a hacer ahora el Apra para expresar lo popular; cómo construimos un partido con estas características, estos tipos de liderazgos que son parte del país. El Apra ya no será lo que fue. Para bien o para mal. Se requiere otro proyecto aprista, otro relanzamiento del partido hacia el futuro. Ese es nuestro trabajo.
¿Qué pasa si el Apra no gana en el 2006?
Seguir. La historia nos ha llevado a ser un partido de oposición. Si el Apra no gana en el 2006, hay que fortalecer el sistema y tener frente a quien gane una posición social responsable que garantice gobernabilidad y mecanismos de distribución del ingreso en el país. Esa es nuestra labor. Ahí nos vamos a colocar.
* Presidente de la Comisión Nacional de Ideología y Doctrina del Partido Aprista Peruano.
desco / Revista Quehacer Nro. 157 / Nov. – Dic. 2005
Cuánto de la crisis que el aprista puede percibir en su organización responde a una lectura de su propia historia partidaria y de contrastarla con el presente?
Es difícil que un pueblo aprista y sus dirigentes traten de explicar su supuesta crisis, que en general viven todos los partidos, a partir de una autopercepción que solo su historia puede explicar. Es muy difícil que a un pueblo como el Apra le plantees que los problemas que puede tener son su propia responsabilidad. Hemos estado siempre en jaque, desde que nacimos, con la oligarquía, con los militares, con la izquierda. Entonces, en los apristas se fortaleció la idea de que los males no venían de adentro sino de afuera. Eso fortalece una identidad, cohesiona, pero tampoco es fácil plantearle procesos de modernización, de renovación. Hay esa visión de que los problemas del país no son responsabilidad del Apra sino de otros: de la oligarquía, del imperialismo, de los militares. Después de la muerte de Haya hay todo un debate sobre lo que éramos en el espectro político-ideológico nacional. Se planteó que no éramos los únicos que estábamos en la izquierda, que las relaciones con Prado y Odría eran complicadas y había que cuestionarlas. Eran cosas que no se decían. A partir de 1980 hay esa necesidad de ver lo que pasaba en el Apra, también por causa de sus propios errores. Armando Villanueva comentaba a un grupo de dirigentes de la organización que gran parte de los problemas del Apra habían surgido de una mala acción estratégica o táctica del partido en algunas coyunturas. A partir de la muerte de Haya se abre una reflexión acerca de que nuestros problemas son parte de nuestras propias acciones. Y ahora, cuando planteamos los problemas del partido, también hay que ver lo que pasó en la década de 1980, nuestra experiencia en el gobierno. Eso también es parte de nuestra reflexión: lo que nosotros pudimos hacer por el país y no hicimos o lo hicimos a medias.
Hace unas décadas, el Apra ofertaba una idea básica que permitía identificarla políticamente sin ningún problema. En el camino el Perú ha ido cambiando, los peruanos hemos cambiado y pareciera que la dinámica del Apra no va a la par de este cambio. Ahora, desde afuera tenemos la percepción de un partido envejecido, que se quedó en el tiempo, que no tiene propuestas, que no tiene incluso posibilidad de manejar conyunturas muy difíciles en el país. Hubo varias en las que el papel del Apra fue decisivo. Lo del 56 puede leerse de diversas maneras, pero lo objetivo en este caso es que el Apra manejó la coyuntura de una determinada forma. No sé hasta qué punto hay actualmente esta capacidad. El país ha cambiado profundamente y exige nuevas formas de organización política, pero qué es lo que vemos en todos los partidos políticos, y particularmente en el Apra: sistemas altamente concentrados, centralizados, que no responden a los intereses y expectativas de la población.
Tengo una lectura distinta sobre el envejecimiento del Apra. Cuando el muro de Berlín se viene abajo, sacude a la izquierda y también en alguna medida al Apra, pero ideológicamente desde donde se han dado respuestas más sólidas con respecto a todo este discurso despolitizador del neoliberalismo y esta visión tecnocrática de la vida cotidiana y de los asuntos públicos es desde la socialdemocracia, y es donde el Apra se ha mantenido y ha consolidado su relación. Desde la transición post Fujimori hasta ahora hay una serie de hechos que demuestran que en muchos aspectos el Apra ha planteado una serie de temas de importancia. Sí creo que el Perú exige más del Apra. No considero que en la sociedad peruana exista la idea de que el Apra deba desaparecer, sino que tiene que expresar cosas novedosas. En el año 31 expresamos algo nuevo; el asunto es cómo expresamos algo nuevo en el 2005 y en adelante. No sé hasta qué punto el Apra ha errado en las estrategias organizativas en las últimas coyunturas. Durante el gobierno de Fujimori, el Apra fue uno de los pocos partidos que desarrolló alguna acción regional de resistencia, de movilización con la sociedad civil, con los gremios. Y justamente todos los dirigentes que ahora están en las regiones son los que se han fogueado política y socialmente en esos años. ¿Quiénes son los parlamentarios más jóvenes? Son apristas. ¿Quiénes son los presidentes regionales más jóvenes? Son apristas, como Homero Burgos y Omar Quesada, más allá de sus gestiones. Yo no veo tanto un envejecimiento del Apra; creo que es un partido que convive con dos grandes elementos: uno es su vieja tradición, que nos acompaña permanentemente; y otro es una serie de expresiones de acción política y de liderazgos nuevos. La pregunta es qué hacemos con el sistema político para tener más oxígeno y mayor articulación con la sociedad. Sí, faltan cosas en materia de liderazgos, a pesar de que ha habido avances. Ahora tenemos elecciones internas en Lima para elegir la lista parlamentaria y están yendo muchos ex ministros que no deberían estar en las internas, porque van a afectar nuestra relación con el país nuevo. Estos ministros pueden tener sentencia exculpatoria del Poder Judicial, pero ¿con qué derecho les decimos no postules? ¿Qué hay que hacer? Algo difícil: internamente tenemos que plantear una renovación. El proceso es muy complicado. Qué pasa, por ejemplo, si en una región gana un ex ministro muy conocido y hay que ponerlo en la lista porque la ley de partidos así lo exige, aunque sabemos que para afuera eso es un indicador negativo de una renovación en el partido. Pero hay que respetar la democracia interna. Es difícil plantear audazmente medidas de cambio en partidos con institucionalidades no perfectas pero existentes; ello implica una serie de avances y retrocesos. En 1982, Alan García tenía una gran capacidad de trabajo y, a pesar de su poder, no pudo prescindir de un gran sector del partido, del aparato, de la tradición, que muchas veces no permitían hacer reformas importantes en la gestión de gobierno.
En 1990 ustedes presentaron a Alva Castro como candidato; perdió pero obtuvo 22 por ciento; en 1995 Mercedes Cabanillas ya saca 4 por ciento, y en 2000 Abel Salinas uno por ciento. Si no es envejecimiento, ¿qué cosa es? Claro, pueden decir que el discurso antipartido de la aplanadora fujimorista fue terrible y que no solo los afectó a ustedes sino a todos los partidos, pero internamente cómo han evaluado la década de Fujimori y, si se trata de nuevas caras, ustedes presentaron nuevas caras y no les fue muy bien. ¿Si no es Alan García no es nadie?
Recuerdo una entrevista a Julio Cotler en marzo de 1995, en la que decía que era evidente que el Apra iba a sacar 16 por ciento. Los resultados del 95 fueron impresionantes para los dirigentes y para los militantes del Apra: en Trujillo ganó Fujimori. Fue algo terrible, un tremendo remezón: las viejas lealtades partidarias de una sociedad hacia una estructura partidaria se habían diluido rápidamente. Después de ese resultado hay un congreso partidario; el desánimo era grande. Alva Castro gana las elecciones internas en el 96 y plantea una estrategia de resistencia y recuperar espacios perdidos, como el norte. Ya no había lealtades partidarias imbatibles. Nos dimos cuenta de que el Apra misma tenía que rescatar a su viejo electorado, y para eso había que ofertar cosas interesantes. Fueron años bastante difíciles, porque hubo una gran diáspora y se quedó un núcleo muy duro, que es el que mantiene la lucha contra Fujimori. Pero el pueblo aprista se distancia y a este núcleo le toca hacer la resistencia. Mi generación no recibió un Apra optimista con relación a la gente. Nosotros recibimos el Apra en la década de Fujimori y esa coyuntura adversa nos fogueó, nos dio capacidad de respuesta, de movilización, de reflexión. Fueron años en los que aprendimos por lo menos una cosa fundamental: el pragmatismo de nuestro propio pueblo aprista. Hemos conversado con mucha gente que regresó al partido que en el 95 votó por Pérez de Cuéllar contra Fujimori, y votaron por Toledo en el 2000. El Apra tiene que presentarle cosas viables a su propio pueblo. Antes, Haya decía que había que votar por Prado y la gente votaba por Prado. La relación entre dirigencia partidaria, dirigencia intermedia y pueblo aprista es ahora más tensa. En 1992, después del gobierno aprista, Alan gana el congreso de Trujillo. Alan García solo pudo colocar cinco dirigentes de toda la plana. Desde fuera se ve un liderazgo todopoderoso de García, pero dentro del partido hay mucha mediación. En el último congreso la tensión también ha sido muy fuerte para encontrar una fórmula intermedia entre dos formas de ver el país desde el Apra: una forma mucho más pragmática, la modernizadora, y una visión más social, distribucionista. Reconozco que hubo muchos errores, pero también que hay mucha mezquindad con los aportes del Apra en la lucha contra Fujimori. ¿Quién sacó las cuentas de Montesinos? Jorge del Castillo. A pesar de que yo no comparto la línea de Jorge al interior del partido, pues programáticamente me inclino por una opción mucho más social, él fue uno de los que estuvo ahí. La década de 1990 nos enseñó que no hay lealtades en política. El Apra se hizo tan pragmática como el Perú de los noventa. El pueblo aprista no podía dejar de ser también pragmático en su voto.
Un factor en la reducción del Apra a esta mínima expresión en la década de 1990 es Fujimori, pero el otro son los resultados de la gestión de García. Lo digo como una manera de introducir a García como el factor gravitante de la historia aprista en las dos últimas décadas. Así como García puede ser considerado uno de los factores que llevan a la situación crítica que vive el Apra en los noventa, también habría que explicar por qué repentinamente su regreso hace que el Apra retorne hacia su tercio electoral histórico. Vuelve a aglutinar a los apristas, regresan muchos de los que se habían apartado de la actividad partidaria. García es el gran culpable de la catástrofe que vive el aprismo durante los noventa, pero también es quien recupera posiciones para el Apra. ¿Cómo explicas eso?
¿Por qué el Apra tuvo lo que tuvo cuando estuvo en el gobierno? En 1990, con la candidatura de Alva Castro, si los apristas hubiésemos confiado más en nosotros mismos, habríamos pasado a la segunda vuelta. Los resultados del gobierno son críticos, en general nos quedamos sin hacer muchas cosas, pero no debió ser ese el balance del gobierno aprista. En 1990 tuvimos seis de las doce regiones, tuvimos primera mayoría en diputados y en el Senado. Fujimori rompe eso. El único partido populista que podía hacer un contrapeso a un ajuste en democracia era el Apra. Cuando Fujimori da el golpe de Estado saca a García, y el Apra se debilita. Sí, creo que un factor determinante de la vigencia del Apra es Alan García. Una de las herencias de Haya fue dejar en el sentir común de los apristas que nuestra organización puede ser muy flexible, muy abierta, muy enraizada, pero el líder es gravitante; la necesidad de un continuador está en el inconsciente aprista. Cuando García regresó empalmó con eso. El factor García explica mucho en el Apra. Yo veo que García está condenado a reivindicar a su partido con el país. Recuerdo una reunión clandestina de dirigentes con Alan García en 1999, en Colombia; allí él dio una respuesta soberbia pero importante: «En el Perú el Apra no está completa, no estoy yo, no estamos completos. Cuando yo vuelva el Apra estará completa». Es una constatación de García que el Apra tiene un referente antropomórfico muy fuerte. ¿Cómo combinamos esa referencia tan fuerte hacia el líder con mecanismos institucionales internos? Sí se puede. Es difícil, pero lo estamos haciendo. No somos un cuerpo orgánico unívoco, ni todos pensamos lo mismo, y se nota. Hay dos Apras, hay dos formas de ver al país; siempre las hubo. La genialidad de Haya fue que supo, bajo su figura, darle el matiz correspondiente a cada uno de los sectores del partido. Ahora hay un Apra con matices. Pepe Murgia en Trujillo tiene una forma de articularse con la sociedad distinta de la de Homero Burgos, y Mulder y Del Castillo igual. Este país plural que ha cambiado no puede entender, creo, un partido unívoco. El partido tiene que tener estas tendencias, reconocerlas e institucionalizarlas.
Pero electoralmente el Apra no puede vivir sin Alan García.
Por ahora, Alan García es un candidato evidentemente importante en el partido.
¿Importante o imprescindible?
Las dos cosas.
No creo que, aparte de García, haya algún dirigente aprista capaz de atraer a los no apristas. Lo que hizo García no solo en el 85 sino en 2001 fue traer votos no apristas. Podemos reconocer muchas capacidades a Del Castillo, a Cabanillas, pero no la capacidad de convocar más allá del militante.
Por ahora no, tú lo has dicho. Efectivamente, aparte de Alan García yo tampoco veo una persona con la capacidad de incorporar votos no apristas al Apra. Pero, a pesar de que él sabe que su liderazgo es tan fuerte o más fuerte que el Apra, plantea una serie de mecanismos de modernización del partido. Es decir, es un líder que sabe que tiene un peso gravitante, pero también que es transitorio. Siempre los movimientos populares tienen una etapa de reflujo en la que presentan al país, luego de un encantamiento carismático, algunos líderes un poco más fríos, más horizontales. No descarto que en el Apra ocurra eso en el futuro. Pero lo que rescato de García es que plantea temas importantes para el fortalecimiento del partido después de él. Yo no he visto en el país a otro líder que haga lo mismo con su partido. García es hijo de los setenta y un político de los setenta, formado en esa década. Él tiene esa especial visión de que la política debe estar articulada a los idearios y al liderazgo; esta relación de que quien dirige tiene también que ser el ideólogo. Creo que este rezago en García es útil ahora, porque permite hacer planteamientos sobre lo que debería ser el partido en el futuro, más allá de su liderazgo concreto como candidato presidencial.
Pero el futuro está acá nomás, porque García ha declarado que si no gana esta vez la presidencia ya no volverá a postular.
Una idea importante de García es que los espacios de la política en el Apra no pueden ser obtenidos por designación. Reconozco que los de mi generación nos quejamos de que no nos dan espacio. Y en la política, los espacios se conquistan. He trabajado con García el tema de la juventud, del rejuvenecimiento de la política en el partido, hemos propuesto ideas importantes y nos cuesta. El congreso del partido aprobó que el 30 por ciento de dirigentes de todo el país sean jóvenes. Hay una especie de depuración e incorporación de jóvenes. Nos cuesta, es difícil. Si García fuera una persona autoritaria y dirigiera el Apra verticalmente hubiéramos expulsado a todos los dirigentes que no acataran esta medida. Nos ha costado convencerlos, persuadirlos. García está condenado a dejar un Apra más fuerte de la que él encontró.
Hasta hace un par de décadas era válido que el Apra se definiera como un frente de trabajadores manuales e intelectuales, pero en un país que ahora no tiene obreros y con una clase media muy acortada y casi a punto de desaparecer, ¿a quién representa el Apra?
Hace poco Alan García habló de una sociedad informal en el partido, y que expresar a esta sociedad más informal y menos estructurada, donde un ciudadano no es solo obrero, sino puede ser obrero la mitad del tiempo y después puede ser cobrador de combi y en la noche estar en una panadería, implica remover toda la organización. Es más difícil expresar a esta sociedad orgánicamente. Es un desafío, pero considero que en las contradicciones que tiene esta sociedad entre capital-trabajo, Lima-periferia, elitismo-cultura popular, el Apra tiene que recoger aquellas demandas, sentimientos e intereses que van por lo segundo: el trabajo, las regiones y todo lo que implique la expresión popular. ¿A quién representa el Apra en el 2000 y hacia adelante? Justamente a aquellos que les va mal en el mercado, a aquellos que están excluidos. Ese es el fin del partido ahora. Tal vez en el 2 por ciento de sindicalizados es difícil plantear un partido de masas, pero hay que llevar el partido a aquellos que les ha ido mal en el sistema; ese es el fin de un partido popular. La izquierda pudo expresar eso si hubiese tenido liderazgos y gente con mayor capacidad para entenderlo; hubiésemos tenido una izquierda a la izquierda del Apra. El Apra tiene gente muy preparada, pero los intelectuales se concentraron en la izquierda, y a pesar de eso, todo el bagaje intelectual de mucha gente en el país no pudo construir un proyecto continuador de la izquierda del mariateguismo. ¿Qué es lo popular ahora? ¿Qué es el pueblo ahora? Estos informales, estos emergentes que también acumulan, que son pragmáticos. Ese es un gran desafío en el partido. A ellos hay que expresarlos.
De ahí que tengan que pelearse a este grupo social C, D, E, marginal, excluido, o lo que sea, con el fujimorismo.
Yo no veo al fujimorismo tan estructurado. Su electorado es sumamente pragmático. Y cuanto más vulnerable vean a Fujimori menos fujimoristas van a ser. En la década de 1980 nuestras clases medias eran más articuladas dentro del Apra y tenían más protagonismo. El Apra de ahora es mucho más mestiza, más popular, más migrante. Antes, Seoane, Heysen, Townsend, Borea eran gente que expresaba una clase media informada; ahora no, el partido está expresando algo distinto. Lo ves en los rostros de los jóvenes que llegan al partido: de universidad pública, de institutos, que no estudian, excluidos del trabajo y del estudio, ves nuevas clases medias, ya no es la clase media clásica; esa no está en el partido. El Apra es más popular que antes en la conformación de los líderes intermedios y de base. El Apra es más chola que antes. Expresa más universidad pública provinciana que universidad particular. Y como es más popular tiene elementos de pragmatismo, por eso mismo es más irreverente. Las propuestas de modernización del partido tienen que saberse transmitir en una «sociedad civil-aprista» mucho más complicada, mestiza, andina, práctica. Cuando preguntas qué va a hacer el Apra para ser la de antes, te digo: muy poco, porque no va a ser la de antes. Lo que hubo antes ya pasó. De lo que se trata es de lo que va a hacer ahora el Apra para expresar lo popular; cómo construimos un partido con estas características, estos tipos de liderazgos que son parte del país. El Apra ya no será lo que fue. Para bien o para mal. Se requiere otro proyecto aprista, otro relanzamiento del partido hacia el futuro. Ese es nuestro trabajo.
¿Qué pasa si el Apra no gana en el 2006?
Seguir. La historia nos ha llevado a ser un partido de oposición. Si el Apra no gana en el 2006, hay que fortalecer el sistema y tener frente a quien gane una posición social responsable que garantice gobernabilidad y mecanismos de distribución del ingreso en el país. Esa es nuestra labor. Ahí nos vamos a colocar.
* Presidente de la Comisión Nacional de Ideología y Doctrina del Partido Aprista Peruano.
desco / Revista Quehacer Nro. 157 / Nov. – Dic. 2005
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