HISTORIA DEL LESBIANISMO EN OCCIDENTE


 

Se adjudica a Gertrude Stein la utilización por primera vez en letra impresa el término “ gay “, de uso  tan generalizado hoy en día, en un intento de alejarse de las categorías médicas de homosexual masculino y femenina, dotándolo de una connotación de orgullo y reivindicación.


Analizar o simplemente contar la historia del lesbianismo en nuestra cultura occidental no es cosa sencilla. El principal problema que encontramos en el análisis de la historia de las mujeres que amaron a mujeres radica en la dificultad de encontrar las piezas correctas del rompecabezas.
Este cuaderno divulgativo pretende acercarte al tratamiento que ha tenido la sexualidad lesbiana en occidente desde la antigüedad hasta la primera mitad del siglo XX.
Al escribir la historia, en cualquier tema que deseemos estudiar, estaremos siempre sujetos a los hechos históricos y a las fuentes. Si no se conocen los hechos difícilmente podremos historiarlos, si no es haciendo ciencia ficción.
Para el caso del lesbianismo, la falta histórica de espacios para publicar , archivar y centralizar documentos dificulta sobremanera el registro de su historia, volviéndolo una tradición oral que se pierde en el olvido por la falta de conexión de unas generaciones con otras; siempre parece que las lesbianas más jóvenes crean un nuevo espacio, inventan nuevos mundos antes desconocidos, empiezan de cero cuando en realidad antes muchas otras mujeres lesbianas han transitado por esos mismos caminos.
Por ello el trabajo de rearticular la historia de las lesbianas no es solo un trabajo histórico, antropológico, sociológico o político, es arqueológico.  Es necesario rescatar del olvido historias orales y todas aquellas fuentes que nos ayuden a entender nuestra propia historia, trabajo todavía por hacer.
 El lesbianismo, debido al sexismo ha sido siempre menos entendido y por ello también menos estudiado que la homosexualidad masculina; esta es evidentemente una situación común a todas las mujeres en general y a cualquier minoría sexual. Sin embargo, hay que decir que las lesbianas han permitido a lo largo de la historia, bien por censura social, bien por omisión, que se sepa más de ellas por los escritos hechos por hombres heterosexuales que las han analizado como sujetos clínicos, inmorales, morbosos...que por lo que las propias lesbianas han contado de ellas mismas.
Mientras las mujeres lesbianas no escriban sobre ellas mismas, seguirán viviendo su propia prehistoria. Este es un gran reto.
 En el Estado español los estudios gays/lesbianos están en un buen momento, nada de esto hubiera sido posible sin el esfuerzo de algunas mujeres que en el seno del movimiento feminista y lésbico de la década de 1980 , estudiaron, escribieron e intentaron conocer y nos acercaron, a través de traducciones, los debates que se estaban produciendo en los países anglosajones sobre lesbianismo. Fueron capaces de impulsar, a través de jornadas, encuentros, publicaciones, coordinadoras... un debate serio y una reflexión muy fértil dentro del movimiento feminista y lesbiano. El Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid con mujeres como Empar Pineda y Montse Oliván, junto con el resto de colectivos del Estado, hizo posible que las propias lesbianas empezaran a hablar colectiva y públicamente por primera vez de lesbianismo.
   Sin embargo, todavía hoy ninguna universidad del estado cuenta con un departamento de estudios lésbicos.
Tradicionalmente la homosexualidad femenina ha sido considerada y estudiada casi exclusivamente en términos procedentes de la experiencia o estudio de los hombres, concentrándose en aspectos como: las formas de establecer las relaciones y de acceder a la sexualidad, en la expresión sexual y en la duración de las relaciones. El resultado fue que se definió el lesbianismo como una experiencia de una minoría que se diferenciaba bastante poco de los modelos masculinos. Actualmente, existe abundancia de pruebas que permiten establecer diferencias entre las experiencias lesbianas y las de los homosexuales masculinos, y las propias lesbianas lo afirman: no son simplemente unas reproducciones femeninas de los hombres gays. Los recientes estudios realizados en Estados Unidos sobre las relaciones femeninas han destacado la fuerza y la consistencia de los lazos existentes entre mujeres, en quienes la relación sexual puede o no haber desempeñado un papel importante, lo cual les aleja bastante de los modelos definidos para los gays.
La identidad lesbiana específica surgió más tarde que la masculina; el desarrollo subcultural ha sido más lento y las propias formas de relacionarse son diferentes.
La historia no ha sido pródiga contando casos sobre lesbianismo, y no porque no existieran, sino porque el pensamiento de occidente, la moral, las barreras religiosas, las creencias de la época, los miedos, han borrado de la memoria colectiva todo conocimiento que se pudiera tener sobre una orientación sexual que ha recibido muy diferentes tratamientos a lo largo del tiempo.
Hemos de ser conscientes que negar, ocultar y silenciar es una forma de control, por ello hay que recuperar el pasado para entender el presente y recuperar la existencia.
Hay una tendencia a suponer que todas las mujeres importantes del pasado fueron heterosexuales; en sus biografías se silencia el hecho de que tuvieran relaciones afectivas con mujeres, tal es el caso de Jane Addams (1860-1935 ) primera mujer que presidió la Conferencia Nacional del Trabajo Social en los Estados Unidos en los primeros años del siglo XX, de las relaciones que mantuvo con mujeres la escritora
Emily Dickinson (1830-1886) siempre se ha hecho silencio, retratándola como una solterona extraña y asexuada; la correspondencia personal de Eleanor Roosevelt, primera dama de Estados Unidos en la década de 1930, con diversas amigas íntimas ha sido ocultada cuando no destruida. El mismo silencio se encuentra en las referencias acerca de la sufragista Susan B. Anthony (1820-1906) y su compañera durante 50 años Elizabeth Cady Stanton, una de las grandes parejas del siglo XIX en Estados Unidos; de la antropóloga Ruth Benedict ( 1887-1948). La lista es larga.
 
Hemos de ser conscientes que negar, ocultar y silenciar es una forma de control, por ello hay que recuperar el pasado para entender el presente y recuperar la existencia.
 
¿QUÉ SABEMOS DE LAS MUJERES QUE AMARON A MUJERES? DE SAFO A CRISTINA DE SUECIA
 
Los primeros escritos atribuibles a lesbianas datan del cuarto milenio antes de Cristo en Babilonia y en lengua sumeria, tales escritos relatan con claridad el amor de una mujer por otra. Parecía ser un comportamiento erótico/amoroso habitual y no era objeto de sanción alguna en la época.
 
La más célebre y pionera de las mujeres lesbianas es sin duda Safo la poetisa de la isla de Lesbos. Vivió en torno a los años 630-560 antes de C. Mujer muy admirada en el mundo griego por sus dotes humanas, líricas e intelectuales. Poetisa delicada y lírica nos ha dejado una forma métrica para la poesía.
 
Safo dirigió lo que hoy conocemos como un colegio interno de chicas, hubo otros muchos en la época. Se llamaba la Casa de la sirvientas de la musas, tenía carácter religioso y en ella las chicas se instruían en disciplinas como la danza, la música y la poesía. Para otros autores el propósito de su escuela era instruir a sus alumnas en el arte del matrimonio. Su poesía refleja apasionadas amistades amorosas y eróticas con sus pupilas y entre ellas.
 
Safo estaba casada y tenía una hija, ya que en aquella época tanto en Grecia como en Roma existía la posibilidad total de compaginar relaciones heterosexuales y lésbicas, sin que ello fuera motivo de escándalo o censura.
 
Su influencia en los 2500 años siguientes fue muy fuerte. Sirve como anécdota contar que en el siglo XVIII, durante la Revolución Francesa, la reina María Antonieta fue acusada de liderar un grupo llamado las safistas.
 
Si bien el lesbianismo como se entiende hoy, sólo se refleja en el siglo XX, Safo marca una historia de más de dos milenios de amor entre mujeres.   Safo acabó suicidándose tirándose al mar desde una peña, según algunos autores loca de amor por Faon, un joven despectivo, según otros es más probable que se suicidara por el amor de una mujer.
 
Puede ser ilustrativo decir que la Iglesia Católica ordenó quemar en Roma y Constantinopla en el año 1073 todas las copias de los poemas de Safo de Lesbos, solo se han logrado reconstruir a partir de antiguos pergaminos un tercio de ellos.
 
Ya en la época romana, en el siglo IV a JC. el historiador Plutarco entre otros, ha dejado constancia de la existencia de baños públicos diseñados para mujeres homosexuales femeninas, todas ellas perfectamente casadas, que eran satisfechas sexualmente por las esclavas felatoras mientras tomaban los baños, una institución muy reconocida en Roma. Tanto en Grecia como en Roma la prostitución estaba perfectamente reglamentada y establecida. No sabemos si con la expansión de la cultura y costumbres romanas en la época del imperio, esta institución de las esclavas felatoras también acabó implantándose en otros países del mediterráneo. No sería descabellado pensar que pudo ser así.
 
Se sabe también de la existencia de bodas entre personas del mismo sexo, que Boswell en su libro “ Las bodas de la semejanza “ explica perfectamente. Estas bodas también se celebraban entre mujeres, estaban reguladas y se realizaban con un contrato igual que las bodas heterosexuales.
 
El cristianismo vendría a acabar con el legado de unas sociedades, la griega y la romana, supuestamente sin valores. En la Biblia hay evidentes referencias a la homosexualidad masculina aunque no tan clara a la femenina, ya que cuando se habla de las relaciones entre mujeres se utiliza el término “contranatura”, hoy en día envuelto en una controvertida polémica por las diferentes interpretaciones que se le dan al término. Sea como fuere, las referencias que se hacen al lesbianismo en la Biblia están sujetas a interpretaciones, desde las más tradicionales a las más novedosas, y son signo evidente de que se sabía de las relaciones entre mujeres.
 
En la Edad Media europea, siglos V-XIV, es muy complicado encontrar casos y datos historiados sobre las relaciones erótico-amorosas entre mujeres. Las principales fuentes históricas para reconstruir la historia del lesbianismo en occidente en esta época, son los archivos eclesiásticos ( sermones, homilías, encíclicas, concilios, catecismos...), y jurídicos ( procesos judiciales, denuncias, sentencias...).
 
 Los europeos consideraban que nada en una mujer podía despertar los deseos sexuales de otra mujer. Por consiguiente, en el derecho, la medicina y en la opinión pública se ignoraron las relaciones amorosas y sexuales entre mujeres.
 
Entre los cientos de casos de homosexualidad masculina juzgados por tribunales laicos y eclesiásticos en la Edad Media y en los inicios de la modernidad, no se encuentra casi ninguno concerniente a relaciones sexuales entre mujeres. Como tantas veces hemos dicho, no deja de ser curioso que se borrara de la conciencia de aquel tiempo un significativo aspecto de la sexualidad femenina, sobre todo porque la gente estaba bien enterada de su existencia. En un periodo de diez siglos sólo se logran reunir una docena de alusiones dispersas, en literatura, sermones populares y manuales penitenciarios, al lesbianismo. En esta época, y conscientes de la existencia de una sexualidad lesbiana, algunos dirigentes eclesiásticos se esforzaron por frenarla en las comunidades monásticas. Las monjas normalmente eran hijas de familias de clase media y patricias, generalmente sin ninguna vocación religiosa que eran recluidas en los conventos porque a parte del matrimonio era el único camino en la vida al que podían optar.
 
San Agustín advertía a su hermana monja diciéndole: “ El amor que sentís entre vosotras debe ser carnal y no espiritual “ . Carlomagno, en el siglo VIII, prohíbe a las monjas que compongan canciones de amor, sin embargo a lo largo de toda la Edad Media se popularizan en Europa los “ Lais de Maria de Francia”. Los únicos versos explícitos de este período, entre mujer y mujer, provienen de dos monjas de un monasterio de Baviera:
 
“ Cuando recuerdo los besos que me disteis y la forma con que tiernas palabras acariciasteis mis pequeños pechos, quisiera morir porque no os puedo ver “
 
Los Concilios de París (1212) y Ruán (1214) para evitar la tentación, prohibieron a las monjas dormir juntas y exigieron que una lámpara ardiese toda la noche en los dormitorios. La reglas monásticas prohibieron a las monjas entrar en las celdas de las otras y estaban obligadas a no cerrar con llave, de la misma forma les instaban a evitar especiales lazos de amistad en el interior del convento. En siglos posteriores, XVI ,XVII y XVIII, las relaciones sexuales entre monjas es un tema recurrente en la literatura de la época, sobre todo en los países protestantes y círculos católicos. Hay novelas cortas y poemas que reflejan las relaciones sexuales entre monjas dentro de los conventos.
 
Es famoso el caso de Sor Benedetta Carlini (1619-1623 ), abadesa del Convento de la Madre de Dios, en un pequeño pueblo italiano. Hay un informe detallado de sus pretensiones milagrosas y visiones, y una detalladísima descripción de sus relaciones sexuales con otra monja del mismo convento.
 
Tal y como dice Foucoult, no deja de ser curioso que en el mundo religioso se recojan más alusiones a la sexualidad lesbiana que en el mundo secular. Una de las razones es evidentemente la reclusión de la cultura y la instrucción (aprender a leer, escribir...), durante la Edad Media europea en los conventos y monasterios. La inmensa mayoría de la población era analfabeta, por lo que es prácticamente imposible conocer los usos y costumbres sexuales de las clases más desfavorecidas si no es a través de los cronistas de la época.
 
Otra de las razones es el autonombramiento de la Iglesia Católica como garante durante la Edad Media y Moderna de la moral católica, por ello para poder desarrollar su tarea de legislar y sancionar era necesario conocer las prácticas sexuales del pueblo y para conocer debían interrogar, para ello contaban con un instrumento inmejorable, la confesión.
 
Los sacerdotes, monjes... se convierten en grandes conocedores de la vida sexual de todos los grupos sociales, así pues los archivos eclesiásticos son una fuente histórica a no desaprovechar.
 
En el mundo secular, no religioso, existen referencias ocasionales a la sexualidad lesbiana; sin embargo, así como las leyes civiles contra la homosexualidad son muy explícitas, no ocurre lo mismo con el lesbianismo. Casi ninguno de los actos juzgados en Europa entre los siglos XV y XVI corresponden a mujeres: cuatro juicios en Francia, dos en Alemania, uno en Suiza, uno en Holanda y dos en Italia. Hay miles de casos de varones. El lesbianismo era un caso por lo general silenciado.
 
 El Renacimiento, siglo XV, renovó el interés por las ideas de la antigüedad clásica y el tema del amor platónico recobró nuevos bríos. Y aunque este amor de amistad ignora el aspecto genital, el lenguaje en que se expresa no es menos erótico.
 
Madame de La Fayette escribía a Madame Sevigne en 1691: “ Creedme sois la persona que más he amado de verdad en el mundo “. Por los mismos años en México, Sor Juana Inés de la Cruz se dirige a la Virreina:
 
“ Así cuando yo mía te llamo, no pretendo que juzguen que eres mía, sino sólo que yo ser tuya quiero “
 
 Debió ser muy profunda la impresión que causó sor Juana en la Virreina, pues muy pronto fue admitida en el palacio real con el título de “ muy querida de la señora virreina “, la cual no podía vivir sin su Juana Inés. Son diversas las evidencias de amor de sor Juana por la marquesa, aunque algunos críticos han insistido en que se trata de licencia poética cuando se refiere a ella como “ Lisi amada “ o “ Laura divina”.
 
La amistad romántica entre mujeres se generalizó a lo largo de los trescientos años siguientes. Escritoras de diferentes épocas y culturas, como Madame de Staël, Mary Wollstocraft, Flora Tristán, Carolina de Gunderote... extrajeron fuerzas y estímulos de tales amistades.
 
En la Edad Moderna, hay que decir que nada se dice explícitamente en la literatura profana sobre relaciones sexuales entre mujeres hasta mediados del siglo XVII.
 
Dante y Boccaccio, que no sentían aversión alguna por exponer las perversiones sexuales de hombres y mujeres, no contemplan la posible existencia de esta variedad sexual; Ariosto que fue el que más se acercó a describir los sentimientos eróticos entre mujeres, acaba por descartar esta posibilidad en su “ Orlando Furioso “. El escritor italiano del siglo XVI, Agnolo Firenzuola, que se encuentra entre los escasos autores que trataron el tema de las relaciones lésbicas, concluye tras plantear un debate entre sus personajes femeninos sobre la conveniencia de amar a otra mujer, que no es posible elegir esta clase de amor ya que por decreto de la naturaleza, la belleza de los hombres inspira mayor deseo en una mujer que el suscitado por la belleza de otra mujer. Con mayor afán de admitir las relaciones amorosas entre mujeres, Brântome, el comentarista de las extravagancias sexuales de los cortesanos franceses a finales del siglo XVI, observa que: “ últimamente las relaciones sexuales entre mujeres se han convertido en algo común tras la moda traída de Italia por una dama de alcurnia a quién no nombraré “
 
Probablemente se referiría a Catalina de Medici, reina de Francia, y al grupo de mujeres que seguía su ejemplo, conocido como el “ Batallón volante “. Algunas de éstas eran jóvenes y/o viudas que preferían hacer el amor entre ellas a, según cuenta Brântome : “ entregarse a los hombres y de esta forma quedar embarazadas y perder su honor “.
 
Conocidas en esta época son también Juana de Arco, ( la doncella de Orleáns), la guipuzcoana Catalina de Erauso (llamada la monja alférez, aunque nunca llegó a tomar los hábitos ) y la reina Cristina de Suecia que abdicó en 1671 con tal de no casarse. Todas ellas ocultándose tras prendas viriles y asumiendo roles masculinos pueden considerarse mujeres que amaron a mujeres, aunque a pesar de ello parece que se mantuvieron vírgenes. Sobre estas tres mujeres se han escrito varios ensayos que nos acercan a su figura y nos permiten comprender cómo ellas vivieron su originalidad sexual.
 
Muchas son las causas que nos explicarían la ausencia de referencias a la sexualidad entre mujeres en la literatura y las razones que esgrimían algunos escritores y pensadores de la época para ignorarla impunemente. Las relaciones entre mujeres, más o menos frecuentes, sólo buscarían un propósito: realzar y glorificar el auténtico sexo, esto es, el sexo de una mujer con un hombre. Estas relaciones eran entendidas como un aprendizaje, una escuela, para una futura relación erótica superior. Brântome juzga los placeres entre mujeres como vanos y frívolos, es por eso mismo que cree hay que excusar a las mujeres que los practican. Para él como para muchos hombres de su tiempo el amor entre mujeres no era asunto serio.
 
Opinión compartida era que las mujeres tenían testículos, que más tarde serían llamados ovarios, productores de semen, pero este semen se consideraba más frío, menos activo, y en muchos aspectos, menos importante en la sexualidad humana que el de los hombres. En una sociedad con un conocimiento tan imperfecto de la biología humana y que en el proceso de procreación valoraba por encima de todo el esperma masculino, el derroche de la semilla masculina era peor ofensa contra las leyes de Dios y la naturaleza que el mal uso de la semilla de los órganos reproductores de las mujeres. Por ello las relaciones entre mujeres se consideraban menos corruptas y debían ser sancionadas con penas menores. Teodoro de Tarso, prescribe una penitencia de tres años a la “ mujer que practica el vicio con otra mujer o con ella misma “, mientras que imponía diez años para la homosexualidad masculina. El lesbianismo es equiparado en la legislación de la época con la masturbación, mientras que la homosexualidad masculina es considerada un delito más grave. De todas formas, la tendencia a considerar la sexualidad lesbiana como una ofensa menor no era unánime, en algunos estatutos legislativos franceses se castigaba con la pena de muerte.
 
Al no conceder demasiado crédito a la sexualidad lésbica las lesbianas como tal tampoco existían. Resultado de todo ello será una menor represión tanto en la época como en un futuro de la relaciones lésbicas frente a la homosexualidad masculina, más castigada y reprimida. Sin embargo, este hecho será decisivo en los desiguales ritmos de creación de identidades en los siglos XIX y XX. La mayor represión sufrida por la población homosexual masculina influye decisivamente en la formación de una identidad homosexual fuerte en Occidente creadora de una subcultura gay muy anterior a la lésbica.
 
La palabra lesbiana aparece por primera ver en una obra de Brantôme en el siglo XVI, éste hace una recopilación de poemas amorosos entre mujeres al que tituló “ Las lesbianas” haciendo clara referencia a Safo de Lesbos. Al carecer de un vocabulario y unos conceptos precisos, se utilizó una larga lista de palabras para describir lo que las mujeres al parecer hacían: masturbación mutua, contaminación, fornicación, vicio mutuo, coito, copulación... y en caso de llamarles de algún modo a quienes hacían estas terribles cosas se les llamaba  fricatrices,  esto es mujeres que se frotaban unas con otras, o tribadistas, el equivalente en griego de la misma acción.
 
Sin embargo no será hasta los siglos XVII-XVIII cuando al calor de la Revolución Científica se crea una categoría, un concepto, especial para designar a mujeres que tenían relaciones eróticas con otras mujeres. Hasta entonces, y aunque nos cueste creerlo, no había ni homosexuales, ni lesbianas, ni heterosexuales como los conocemos hoy. Son éstos, conceptos muy nuevos que responden al interés científico y empírico de tipificar, catalogar y caracterizar a todas estas personas, y en último término estigmatizar y reprimir ciertas conductas que en occidente no causaron odio y horror hasta bien entrado el siglo XIV. Antes de esta época existían personas que tenían relaciones con personas de su mismo sexo, pero ello no les caracterizaba de ninguna manera especial. En este sentido, podemos afirmar que lo que más preocupaba a los cristianos medievales y modernos, en particular en el Mediterráneo, no era el sexo de la persona con la que se cometía adulterio, sino el adulterio en sí. De la misma forma en la tradición occidental las uniones del mismo sexo no constituyen en modo alguno una aberración extraña, así como tampoco la idea de matrimonio presuponía unión de macho y hembra.
 
LA PATOLOGIZACIÓN DEL LESBIANISMO: La medicina y la sexología.
 
Las últimas décadas del s.XIX vieron nacer una nueva disciplina llamada sexología, cuyo objetivo era crear una ciencia del deseo. La tarea que se impusieron lo fundadores de la sexología fue la del tratamiento científico del sexo. El quehacer de estos primeros sexólogos ha dejado una profunda huella en nuestras actitudes y pensamiento sobre sexo que manejamos en la actualidad.
 
Los escritos de la sexología del siglo XIX, entre otras muchas cosas, suponen un gran esfuerzo de clasificación y definición de patologías sexuales, lo que origina una impresionante serie de minuciosas descripciones y rotulaciones de los impulsos sexuales considerados “anormales”. La Psicopatía Sexualis de Krafft-Ebin supone un momento decisivo, ya que representa todo un catálogo de perversidades, desde la inversión sexual hasta la zoofilia. La urofilia, el fetichismo, el exhibicionismo el sadomasoquismo y muchas, muchas más, hicieron su aparición pública a través de esta manía clasificatoria. El lesbianismo es un ejemplo de esta categorización clínica de las sexualidades denominadas perversas.
 
Algunas historiadoras lesbianas y feministas han argumentado que una identidad lesbiana específica basada en las categorías de la sexología (lesbiana masculinizada) no se desarrolló hasta finales del siglo XIX. Demostraron, como ya se ha dicho, que con anterioridad a esta fecha fueron frecuentes entre las mujeres de clase media de Gran Bretaña y Estados Unidos, tanto las casadas como las solteras, las amistades pasionales, románticas, a menudo de larga duración , que incluían continuas y desbordantes expresiones de amor, compartiendo cama, a veces durante toda una vida, sin que esto se considerara extraño o sospechoso.
 
A lo largo del siglo XIX también hubo algunas mujeres que se ajustaron al modelo que más tarde daría la sexología, llegando a vestir incluso con ropas de hombre, y amaron a otras mujeres.
 
Sin embargo, todo ello no pareció influir en la aceptación social del amor de las mujeres por las personas de su mismo sexo. No parece que se vieran a sí mismas diferentes a otras mujeres, ni que se sintieran integrantes de un grupo humano con unas características particulares, es decir no tenían conciencia de diferencia. Esta idea o sentimiento de ser diferentes sexualmente se divulgó con el auge de la sexología. Por ello la categoría, la palabra “lesbiana” refiriéndose a un grupo concreto y como término que le define es relativamente nuevo y no fue de uso corriente antes del siglo XIX.
 
En el siglo XIX se le atribuye a la medicina y a la sexología (muy unida a esta disciplina), además del simple conocimiento de la enfermedad, el conocimiento de las reglas de discriminación entre lo anormal y lo patológico. Y es entonces, y no antes, cuando el lesbianismo se convierte en enfermedad.
 
A finales del siglo XIX, el sexólogo Havelock Ellis definía el lesbianismo de esta manera: “El carácter principal de una mujer invertida sexualmente es un cierto grado de masculinidad, los movimientos bruscos y enérgicos, la actitud y el andar, la mirada directa, las inflexiones de voz y, sobre todo, la manera de estar con un hombre, sin timidez ni audacia, son signos para un observador prevenido, de que ahí existe una anormalidad psíquica subyacente”.
 
Lo más importante de esta definición es que se trata al lesbianismo como enfermedad mental; la trasgresión de las expectativas que se tenían socialmente sobre una mujer, la mujer que no respondía a lo que se esperaba de su género, esposa, madre, cuidadora, era inmediatamente definida como lesbiana. Se definía a la lesbiana por el rol, la actividad que desempeñaba y no por el aspecto emocional, claro definidor de la lesbiana actual. Esta manera estereotipada de pensar a la lesbiana, como mujer masculina, subyace todavía hoy en el discurso sexual de nuestras sociedades occidentales.
 
Es frecuente que los estudios sobre lesbianismo realizados a finales del siglo XIX, se basen en las relaciones entre mujeres internadas en manicomios criminales. Llegándose a definir el lesbianismo como uno de los fenómenos propios de las mujeres prostitutas. No es de extrañar por tanto que tanto a prostitutas como a lesbianas se les apliquen los mismos sistemas de curación: lobotomía, electroshock, extirpación de genitales...
 
 En 1908 manuales de la época, no siempre contrarios a los derechos de gays y lesbianas describen de esta manera a la mujer homosexual: “un temperamento activo, valiente, creador, bastante resuelto, no demasiado emocional; amante de la vida al aire libre, de la ciencia, la política o hasta de los negocios; buena organizadora y complacida con los puestos de responsabilidad.... Su cuerpo es perfectamente femenino, aunque su naturaleza interna es en gran medida masculina ” Seguramente hoy en día no logramos descubrir qué hay de lésbico o masculino en este retrato.
 
La mayoría de los hombres de ciencia de finales del siglo XIX y principio del XX, solían asociar la autoafirmación, la independencia y una cierta actitud feminista con el lesbianismo. Estas características bastaban para acusar de inversión a una mujer en 1890 y siguen formando parte hoy en día del imaginario popular a la hora de describir a una lesbiana.
 
Otra característica de este imaginario popular sobre la lesbiana es el considerar los juegos de roles, aquello de una hace de mujer y otra de hombre, como parte ineludible de las relaciones lésbicas, algo claramente atribuible a la sexología, quien diferencia entre dos tipos de mujeres homosexuales.
 
- Las “invertidas congénitas”, de orientación masculina.
 
- Las “pseudolesbianas”, que podrían haber sido heterosexuales de no haber sucumbido a las artimañas de la verdadera invertida. Tenían el aspecto y el comportamiento de la mujer heterosexual afeminada de su época.
 
 Ambos tipo de mujer se atraían mutuamente y por arte de magia estas mujeres pasan a desempeñar en la cama los roles propios de su aspecto exterior. Las prácticas Butch/Femme , el deseo de penetrar y ser penetrada por otra mujer, es un hecho incuestionable y han generado dentro del movimiento lesbiano feminista no pocas discusiones, sin embargo no se pueden hacer extensivas a todas las lesbianas bajo argumentos tan peregrinos y ser elemento esencial del estereotipo lésbico de nuestros días. Es simplemente una característica sexual que algunas lesbianas tienen y otras no.
 
El trabajo de la sexología provocó una campaña en las escuelas y centros universitarios en los años veinte en Gran Bretaña, destinada a prevenir contra el lesbianismo a las mujeres y chicas más jóvenes, de manera que las relaciones entre mujeres habían adquirido un tinte de perversión bastante generalizado. Se convierte el lesbianismo en algo perverso, marginal y maldito. Consecuentemente muchas mujeres se refugiaron en matrimonios heterosexuales o desarrollaron un gran desprecio y compasión por sí mismas al aceptar la etiqueta de invertidas.
 
En el imaginario popular el amor entre mujeres, más que nunca a lo largo de la historia, empieza a asociarse con la enfermedad, la demencia y la tragedia. Cuando el lesbianismo se considera patológico muchas mujeres lesbianas se patologizan a sí mismas sufriendo una falta de identidad, entrando en conflicto con el propio ser femenino y asumiendo formas de relación y valores sexuales masculinos. En la literatura del siglo XX escrita por lesbianas o que narra historias con protagonistas lesbianas, es frecuente encontrarse con personajes torturados, infelices y que a menudo fantasean con el suicidio. Fiel reflejo de lo que en “los felices años 20  se vivía.
 
Frente a este modelo sexológico y a siglos de negación católica del lesbianismo han tenido las lesbianas del siglo XX que construir su identidad y encontrarse a gusto consigo mismas. Realmente no ha sido tarea fácil, y hoy día sigue sin serlo para muchas, por eso es importante recoger el legado y las aportaciones que muchas mujeres que han amado a mujeres a lo largo de los dos últimos siglos nos han dejado, porque sin duda han allanado el terreno que hoy muchas de nosotras pisamos con derecho propio, sin ellas, sin duda alguna, nuestro camino hubiera sido más difícil. Conocer su historia y reconocer su valor nos permite darnos cuenta de que vivir una sexualidad diferente es posible y gratificante.   
 
LESBIANAS DEL XVIII-XIX Y XX: DE SARAH SCOTT A MARLENE Y GRETA.
 
A mitad del siglo XVIII, la amistad romántica era ya una institución en Europa y Norteamérica, y un tema de moda en la literatura. En 1761, Sarah Scott publicó con gran éxito en Londres su propia historia novelada, y las damas Llangollen, Lady Eleanor Butler (1739-1829) y Sarah Ponsonby (1755-1831), que escaparon disfrazadas de hombres y vivieron juntas durante cincuenta años, vieron su historia real convertida en novela. Se conocen otras “amistades románticas” de gran intensidad emocional: entre Elizabeth Carter, una traductora de Epícteto muy estimada y otra escritora llamada Catherine Talbot; entre la poetisa Anna Seward y Honora Sneyd, la ya nombrada Mary Wollstonecraft y Fanny Blod. Sin duda alguna, contribuyeron a dar cabida en el pensamiento de la época la posibilidad de imaginar un compañerismo continuado y una vida en común, al margen del matrimonio heterosexual.
 
El matrimonio bostoniano, fue un término utilizado en América, en el siglo XIX, para entender un tipo muy extendido de relación monógama entre dos mujeres, algo similar a la amistad romántica del siglo XVIII. En su novela “ Las Bostonianas “ Henry James recreó en parte esa poderosa unión emocional donde, libres de los roles domésticos cada una de ellas volcaba su energía y atención en la otra. Probablemente, para algunas lesbianas de hoy, estas relaciones estarían lejos de ser consideradas lésbicas porque no tenemos constancia de que el sexo fuera un elemento esencial de las mismas; sin embargo no dejan de ser relaciones con un fuerte componente emocional entre mujeres, y estas mujeres a diferencia de la mayoría de las de su época son independientes doméstica, económica, emocional y sexualmente de los hombres. No cabe duda de que es lo más cercano a la definición de lesbianismo que podríamos dar hoy día. No olvidemos, que la lesbiana del siglo XXI no es ni más ni menos que un producto del siglo XX.
 
Es importante tanto para el feminismo como para el lesbianismo los aires de renovación que se vivieron en algunos países europeos a finales del siglo XIX y principio del XX. A pesar del rígido, monolítico, patriarcal y homófobo pensamiento victoriano que dominó en el discurso sobre la sexualidad a lo largo de todo el siglo XIX se hablaba de la “nueva mujer“. Las nuevas mujeres entablaban amistades pasionales para apoyarse mutuamente en la universidad , en sus trabajos y en la vida cotidiana. Muchas de ellas eran pioneras en sus profesiones, crearon redes de conexión entre ellas y constituyeron el motor del cambio que se dio en el siglo XX, participaron en el Movimiento Sufragista y en otros Movimientos femeninos de defensa de los derechos de las mujeres. Fueron mujeres terriblemente activas cuya contribución en lo político y lo social es innegable; tocaron casi todas las ramas de las ciencias, como la medicina, la antropología, o la física; y las artes, pintura, escultura, literatura...crearon teoría sobre sexualidad, y renovaron todo aquello que se propusieron.  
 
Contra estas mujeres la medicina de finales de la época victoriana creó el discurso que nos sigue hasta nuestros días; las tachó de masculinas, pervertidas y lesbianas masculinizadas; pasaron de ser tomadas por brujas y herejes en la Europa Medieval y moderna, a ser consideradas por la medicina del siglo XVIII como histéricas y neuróticas.
 
Una de estas mujeres fue Florence Nigthingale (1820-1910), nacida en Florencia vivió siempre en Londres, era hija de una familia de buena posición y siempre se resistió a desempeñar el rol que su familia esperaba de ella. Luchó incondicionalmente para ser dueña de su vida tanto en el aspecto profesional como emocional. Mantuvo una relación romántica muy fuerte con la hermana de su padre; según Florence eran “ como amantes” y fue la primera mujer que recibió La Orden del mérito del gobierno Británico cuando fundó la escuela para enfermeras en Londres, ayudando decisivamente a crear las condiciones sociales y económicas que hicieron posible a la mujer moderna. Nigthingale compartió su vida emocional principalmente con mujeres y de su relación con ellas extrajo el impulso necesario para hacer frente a una sociedad como la Británica del siglo XIX, profundamente machista y homófoba.
 
Cerca de Fontainebleau, Francisca María Souvestre, dirigía un pensionado de señoritas que en realidad era una escuela sáfica al estilo de la que tenía Safo en Mitilene. Entre otras alumnas encontramos a la que luego sería la famosa escritora Natalie Barney.
 
La norteamericana Natalie Barney, se instaló a principios de siglo en París y fue una figura muy significativa por su esfuerzo normalizador de la imagen pública del lesbianismo. Mantuvo durante sesenta años, a pesar de que nunca ocultó sus preferencias en asuntos sexuales, el salón literario más grande de Europa y un círculo satírico reservado a sus amigas para exaltar la belleza y la sensualidad. Transmite su perspectiva del amor, liberando al lesbianismo del carácter enfermizo del siglo XIX. En el París de fin de siglo que ella conoció, la Belle époque se vivió en un clima de libertades suficiente para que se creara un núcleo relevante de lesbianas. Formó pareja con Renée Vivien, discípula de Verlaine y Baudelaire, e intentaron fundar en París una escuela al estilo de Safo. Fracasaron en su intento. Vivien tradujo la obra de Safo que se publicó en 1903.
 
Natalie Barney escribió sobre todo relatos autobiográficos y pensamientos y aforismos, uno de ellos es el siguiente: “ No es porque yo no piense en los hombres que éstos me son indiferentes, sino al contrario, porque pienso “
 
De la misma época es la también escritora Colette. Se dio a conocer en el salón de N. Barney y escribió cuatro libros que firmó su marido, ya que los temas que abordó en ellos y sus personajes, no eran lo que en aquella época debía escribir una mujer si quería ver su trabajo publicado. Mantuvo una relación de cinco años con la esposa del marqués de Belboeuf, hija del duque de Morny.
 
  A pesar de los aires conservadores de la época muchas mujeres desde la literatura se pronunciaron públicamente a favor de las relaciones amorosas entre mujeres. A principios del siglo XX Virginia Wolf intentó una reelaboración del ser mujer, tratando de desmitificar el eterno femenino y salió en favor de Radclyffe Hall cuando ésta fue juzgada en Gran Bretaña en 1928 al ser su novela, “ El pozo de la soledad “ de temática claramente lésbica , considerada como obscena. Virginia Wolf conoció a la escritora Vita Sackville West, aristócrata, escritora y madre de dos hijos, con quien entabla un breve encuentro sexual seguida de una larga amistad. Tanto Virginia Wolf como Vita estaban casadas y se vestían y comportaban en público siguiendo una imagen heterosexual femenina.
 
Por el contrario Radclyffe Hall no se había casado nunca, ni tenido relaciones afectivo-sexuales con hombres, se vestía con ropas masculinas, tenía amantes conocidas, no dependía de nadie, conducía automóviles... Era extremadamente “anormal” y visible. 
 
 En aquélla época los libros sobre homosexualidad podían escribirse siempre y cuando en ellos se hiciera una condena de dicha práctica sexual. Pero Radcliffe, muy al contrario , había pretendido hablar en nombre de una minoría marginada para establecer una forma de entendimiento con la sociedad. Dos meses después de publicado el libro se encontró ante un tribunal en el que se le comunicó que su libro sería retirado porque: “ Todos los personajes son presentados como seres atractivos y bajo un aspecto favorable” Esto era más de lo que la medicina, la sexología y la moral victoriana podían asumir.
 
Al ser juzgada defendió incondicionalmente el derecho a explicitar en su obra el deseo sexual de su heroína, una lesbiana masculina, tal y como se definía en la época de la mano de la sexología. El libro fue secuestrado y quemado en los sótanos de Scotland Yard, lo mismo había ocurrido dos mil años antes con la obra de Safo. Era la primera vez que la voz de una mujer se alzaba para reclamar la legitimidad de su discurso sexual. Hasta la década de los setenta, serán escasas las veces en el siglo XX en que este hecho se vuelva a repetir.
 
 La escritora Djuna Barnes, a pesar de no querer rescatar a las protagonistas lesbianas de sus novelas de la negatividad típica del siglo anterior , legado de la época victoriana y la sexología, les hizo sujetos activos de su propia angustia. Gertrude Stein que tuvo también un salón literario en París escribió novelas con protagonistas lesbianas y defendió públicamente esta orientación sexual aunque nunca manifestó la suya propia., igual que Margerite Yourcenar, que a pesar de compartir la vida con su traductora y amante, nunca realizó trabajo alguno sobre su propia orientación. Se adjudica a Gertrude Stein la utilización por primera vez en letra impresa del término “ gay “, de uso  tan generalizado hoy en día, en un intento de alejarse de las categorías médicas de homosexual masculino y femenina, dotándolo de una connotación de orgullo y reivindicación.
 
La periodista y escritora española Carmen de Burgos Colombine llevó por primera vez al terreno literario los debates científicos sobre las causas de la homosexualidad. Colombine reflejó en sus novelas la pluralidad sexual que ella veía en su época, 1917, y no quiso ocultarla. Dedicó su atención a las mujeres y sobre todo al único sector que, por aquellos años, había osado transgredir todas las reglas sexuales que constreñían hasta la asfixia a las mujeres españolas. Abordó sin reservas en sus obras la vida sexual de un colectivo sexualmente alternativo y favoreció el descubrimiento literario de la homosexualidad femenina en España. El lesbianismo ignorado y rechazado por la sociedad española se había convertido en un secreto de alcoba, Carmen Brugos lo rescata del olvido, siendo sus libros un hito aislado en un mundo reprimido, constreñido y sexualmente uniforme.
 
No podemos terminar la lista de mujeres lesbianas de los años veinte sin citar a Romaine Brooks, pintora y escritora. De ella se ha dicho que es la gran ausente de todos los manuales de arte contemporáneo de Estados Unidos, y que por tanto ninguno de ellos está bien documentado. Pintó los retratos de los hombres y mujeres homosexuales más famosos de su tiempo. Sin embargo, la mujer en cualquier género encuentra más dificultades que el hombre en lograr el reconocimiento de su arte; si es lesbiana y sus retratos son de homosexuales , puede estar condenada al olvido.
 
En los primeros tiempos de Hollywood se llamaba “una de las chicas” a las estrellas sáficas. Por increíble que nos parezca la lista de actrices que podemos incluir entre “una de las chicas “ no es ni mucho menos breve. Entre ellas destacamos a la gran actriz del cine mudo Alla Nazimova, madre fundadora del Hollywood lésbico, la cual mantuvo una relación con la famosa anarquista Emma Goldman cuando ambas coincidieron en Nueva York en el año 1900; Nazimova nos conduce hasta la poeta y figura de la vida social de la ciudad Mercedes Acosta quién viajaría en el verano de 1931 a Hollywood con el firme propósito de seducir a su ídolo, y al ídolo de su antigua amante Tallulah Bankhead, Greta Garbo, quién con solo diecinueve años fue conquistada por una experta Marlene Dietrich de veintitrés, cuando rodaban juntas en 1925.
 
Marlene Dietrich (1901-1992), desde el reconocimiento profesional como actriz contribuyó a la visibilidad del lesbianismo al introducir en Hollywood y en el mundo a través de sus películas la garçonne, la chico/chica provocativa y ambigua que existía en Berlín y en París en los años veinte y treinta, lo que se llamaría el “ chic lesbiano “ , androginia que más tarde emularon Liza Minelli, Julie Andrews y Anni Lennox. Marlene no ocultó nunca sus preferencias sexuales y a pesar de estar casada se paseo por medio mundo acompañada de sus amantes.
 
Este enrevesado círculo de amores y amantes incluía a las actrices Hatti McDaniel conocida por su papel de doncella en “Lo que el viento se llevó”; Lizabeth Scott y Patsy Kelly, todas ellas mantuvieron relaciones con Tallulah; del círculo de Mercedes Acosta encontramos a Mimsey Dugget y Hope Williams, también actrices y la bailarina Isadora Duncan. Podríamos seguir. Todas estas mujeres colaboraron en hacer del lesbianismo una práctica más visible, conocida y reconocida.
 
La segunda guerra mundial, (1939-1945) igual que ocurrió con la primera, se interpone de nuevo en la expansión de estas ideas y de las nuevas formas de vivir y de amar. A finales de los años sesenta y principios de los setenta el lesbianismo vuelve a dejarse ver, pero esta vez como movimiento colectivo y no tanto como un ramillete de individualidades. El nuevo signo de los tiempos es el de las organizaciones y asociaciones que desde la militancia activa inician un camino de reivindicaciones y de deseo de integrarse en la sociedad como ciudadanos/as de pleno derecho. 
 
Poco o nada sabemos de todas las mujeres anónimas que hicieron del lesbianismo su modo de vida, sin duda alguna contribuyeron de igual manera a la creación a lo largo de los siglos XIX y XX de una identidad lesbiana colectiva todavía hoy en construcción.

 
BIBLIOGRAFÍA.
 
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