HISTORIA DE LA MIERDA

 LA MIERDA SIENTA CATEDRA


De la mierda no se habla. Pero ningún objeto, ni siquiera el sexo, ha dado tanto que hablar, y esto ha ocurrido siempre». La cita es del psicoanalista francés Dominique Laporte. Lo escribió en su Historia de la mierda, publicada en 1978, pero 27 años después sigue vigente. De la mierda no se habla, pero la mierda sigue dando que hablar. En los urinarios, en los foros de Internet y en las aulas magnas. Durante cinco días, 12 catedráticos españoles se han juntado en la Universidad de Huelva para discutir sobre lo excrementicio bajo el lema Historia de la mierda: cultura y transgresión. Medio millar de alumnos se han interesado por el curso. Los efluvios han llegado allende los mares y un periódico italiano y una emisora de radio latinoamericana han informado de él. No, de la mierda no se habla, pero la mierda sigue dando que hablar. No deja de tener su lógica que algo tan cotidiano (2.900 millones de rollos de papel higiénico al año en España) haya impregnado la cultura, la sociedad, las artes y hasta lo religioso.

EL PAÑAL DE JESUS
¿Por qué uno de los nombres del Diablo es Belcebú, etimológicamente «el señor de las moscas»? Porque tradicionalmente, explicó el medievalista José María Miura en Huelva, se consideró que el Angel Caído debía de vivir rodeado de excrementos.
Hay más. Cuentan los evangelios apócrifos que la Virgen María entregó a los Magos de Oriente, a cambio de sus presentes, un pañal del Niño Jesús con evidentes señales de uso. Posteriores relatos atribuyen milagros a ese paño y, aún hoy, la catedral Vieja de Lérida y la de Valencia aseguran conservar una reliquia de tan sorprendente objeto.


También al islam alcanza el rastro marrón. Abu Ayyub al-Ansari escribió en su obra Sahih que Mahoma dio instrucciones muy concretas al respecto: «Cuando vayáis a defecar, no os pongáis enfrente ni de espaldas a la alquibla, sino en dirección al este o al oeste», mientras Abu Hurayra relata cómo el Profeta se limpiaba con piedras tras evacuar. Laporte alude a la deificación que los egipcios hacían de los excrementos de lagarto. Y habla de la tribu de los Samoas en la Polinesia, que celebra a los recién nacidos como excrementos de sus dioses.

DE LETRINAS A RETRETES

Más allá de la anécdota, la historia de lo escatológico es la propia historia del progreso. Alrededor de las letrinas romanas, se ha argumentado en Huelva, se desarrollaba una intensa vida social. Muchos acudían aunque no lo necesitasen, simplemente para ver si conseguían que los invitaran a cenar y se sentaban, fingiendo que estaban deponiendo, cuando su única intención era pegar la hebra. Aún en el siglo XIX era costumbre en algunas tribus australianas, según varios viajeros, conversar mientras se satisfacían las necesidades.

De aquellas letrinas colectivas se pasó a las privadas, que fueron símbolo de distinción. Primero fueron los reyes y los grandes nobles. Más lentamente se van extendiendo por el resto de la sociedad de forma que «el aumento de la riqueza trajo consigo la costumbre de hacer privada la defecación», uno de los ponentes dixit. Y con ello, argumenta Laporte, surge el concepto de intimidad, hasta entonces desconocido.
Al respecto resultan muy ilustrativas las tribulaciones de la duquesa de Orleans, quien, en carta de 9 de octubre de 1694, confía a la electriz de Hannover lo incómoda que resulta la falta de excusados en el palacio de Fontainebleau: «Sois muy dichosa de poder cagar cuando queráis [...] No ocurre lo mismo aquí, donde estoy obligada a guardar mi cagallón hasta la noche. [...] Tengo la molestia de tener que ir a cagar fuera, lo que me enfada, porque me gusta cagar a mi aire, cuando mi culo no se expone a nada. Item todo el mundo nos ve cagar...».

YO, CLAUDIO

Con la duquesa, otros personajes históricos hubieron de bregar con tan común asunto. Incluso en momentos culminantes de sus vidas. Recoge Séneca en su obra Apocolocyntosis las que fueron últimas palabras del emperador Claudio: «Vae me. Puto, cocacavi me. Quod an fecerit, nescio: omnia certe concacavi».O lo que es lo mismo: «¡Ay de mí, creo que me he cagado! Cómo ha podido suceder, no lo sé, pero lo cierto es que me he llenado todo de mierda».

Menos trágico es el lance al que alude el escritor y bibliófilo valenciano Rafael Solaz en Elogios del buen cagar. En él se menciona cómo San Agustín da cuenta en La ciudad de Dios de un hombre que había adquirido una habilidad extraordinaria en el arte de soltar ventosidades. Una circunstancia que se repetiría, según el mismo Solaz, en la Valencia de los años 70, donde un jovial mozo llegó a ofrecer en un pub un concierto de pedos.

EXCREMENTOS QUE CURAN

Ya Hipócrates, cuatro siglos antes de Cristo, dejó escritos varios párrafos sobre zurullos. El padre griego de la medicina ya intuyó que lo que sale del ojete dice mucho de lo que hay dentro. No llegó nunca, sin embargo, a prescribir ni curar con mierda. Pues abundan los testimonios que prueban la utilización durante siglos de excrementos con supuestos fines curativos. Los egipcios, explica Laporte, hacían oler a las mujeres emanaciones de desechos conservados de cocodrilo para calmar la histeria. Pero incluso en el siglo XVIII se utilizaba en Francia un destilado de boñigas de vaca, significativamente conocido con el nombre de agua de Milflores, para tratar inflamaciones de las llagas y tumores. Para la calvicie se empleaba un compuesto a base de cacas de rata.

Igualmente documentado está el uso de plastas y orinas en cosmética al menos hasta el siglo XVIII. En el siglo IV San Jerónimo inició una campaña contra ello que no debió de ser muy efectiva, pues en un libro francés de 1752 se alude a «una mujer de alcurnia» que tenía un criado «joven y muy sano» al que le encargaba envasar sus excrementos para obtener de ellos maquillajes supuestamente embellecedores de la piel.
Que la mierda llega a ser un tesoro bien lo pudieron decir los orientales del siglo XIX. Existía entonces en China el Koun-tse-fan, unos retretes públicos dispuestos en fila guardados por un agente.Los usuarios no sólo no tenían que pagar al agente, sino que recibían una moneda como pago de la mercancía que acababan de depositar y que, presumiblemente, terminaría abonando los campos.

GRACIAS DEL OJO DEL CULO
Con todo, ha sido el uso de la mierda en las letras y en las artes lo que más interés por lo escatológico ha despertado en los ambientes académicos. Como se ha recordado en Huelva, por ejemplo, en el año del IV centenario de la publicación de El Quijote «no podemos renunciar a la mierda, ya que es una de las grandes bazas cómicas de su primera parte». Quevedo escribió de ella y sus alrededores e incluso tituló una divertida obrita en prosa Gracias y desgracias del ojo del culo. Jonathan Swift, el autor de Los viajes de Gulliver, escribió El arte de meditar sobre el retrete y planteó, en clave satírica, construir letrinas de lujo por todo Londres. En la poesía contemporánea, sobre todo con las vanguardias, la mierda se convierte en instrumento de agresión contra el orden social: «Somos marginados y hacemos de la mierda nuestra bandera».

Paralelamente, autores desconocidos hacen circular obras mordaces sobre lo maloliente. Se trata de libritos que circulan casi clandestinamente, a veces con copias manuscritas, y por canales similares a los de la literatura erótica. Obras como Ovación en defensa del pedo o La mierdépolis. Los perfumes de Barcelona, recogidas por Solaz en su breve tratado. En 1849 apareció en París una recopilación de centenares de estos opúsculos de entre los siglos XVI y XIX de toda Europa, muchos de ellos en latín, bajo el título de Biblioteca Scatologica. Hoy ese hueco lo llena Internet, donde uno puede encontrar decenas de taxonomías de tipos de mierda en tono de humor por formas, colores y tamaños o una página a la que los internautas envían fotos digitales de sus deposiciones para someterlas a votación y establecer un ranking.


Más digeribles son los muchos libros sobre el tema que hay para niños. Requeridas de un día para otro, cinco librerías de Madrid pueden recomendar más de 20. Algunos tan explícitos como El libro de la caca, 10.000 ejemplares impresos. Empieza así: «Si estás vivo tendrás que hacer caca de vez en cuando». Y, por qué no, hablar de ello

Hector Corpa Victor Rodriguez.

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