EL DERECHO A LA PEREZA



En una sociedad precarizada y cada día más desigual, nuestra obsesión es el trabajo, no el aprovechamiento del ocio. Pero es necesario reflexionar por anticipado sobre una posible sociedad futura, donde la identidad social no debería depender del trabajo, el tiempo libre se relacionaría con el goce y la ausencia de mandatos, y la pereza dejaría de ser la madre de todos los vicios.

Los revolucionarios de 1848 militaban por el derecho al trabajo, por el reconocimiento de ese tiempo "muy" particular, que un personaje también muy particular, el proletario, le vendía a su empleador a cambio de un salario. Un patrón de izquierdas influido por Charles Fourier1 y teórico de las "soluciones sociales" , Jean Baptiste André Godin, honraba al trabajo -y a los trabajadores- todos los primeros domingos del mes de mayo, antes de que en Chicago en 1866 y como consecuencia de una represión sangrienta se instituyera el 1º de mayo.

Tanto para la derecha como para la izquierda el trabajo era en esa época virtuoso; gracias a él el individuo atormentado o marginado se integraba, se moralizaba y cumplía con el sabio principio bíblico, que sin embargo sigue resonando como una maldición: "Te ganarás el pan con el sudor de tu frente" . El término "trabajo" (del latín trepalium) designa etimológicamente un instrumento de tortura y durante mucho tiempo los aristócratas, la gente bien nacida, no podían trabajar sin degradarse.

Ese enemigo natural
En el contexto socioeconómico de la industrialización y de la división técnica que provoca, el trabajo aparece como el mejor medio para encontrar un lugar en la sociedad. La ideología del trabajo se apoderó gradualmente de todos los espíritus e impuso su concepción de la normalidad. ¡Duro con el que no respetaba las reglas del juego, vagabundeaba, andaba sin rumbo, cazaba furtivamente, mariposeaba! Cometía un crimen de leso trabajo, se comportaba como un salvaje, un desertor del ejército industrial, un agente de ese enemigo considerado "natural" , la pereza, que en cuanto se la expulsa, vuelve al galope. Pereza, ése era el término que usaban con disgusto quienes se anticiparon al stajanovismo y con deleite quienes gozaban de la existencia, esos herederos indisciplinados y bastardos de Epicuro2

No olvidemos que durante mucho tiempo la pereza fue considerada uno de los siete pecados capitales, lo que da una idea de la gravedad de la transgresión, tanto más cuanto que el pecado es uno de los motores de la culpabilidad. "Pereza" es un término cuyo origen etimológico no es explícito: procede del latín pigritia, derivado de piger, que significa "lento" , "indolente" , de donde "poco trabajador"3. Volvemos a encontrar estos diferentes sentidos en la concepción cristiana de los pecados capitales. En efecto, según los trabajos de Jean Delumeau, "pereza" traduce primero y ante todo la acidia, esa "torpeza espiritual" que caracteriza al creyente poco activo, el que no se apresura a rezarle a Dios, a practicar los diversos ritos, etc.4.

En el curso del siglo XIII la pereza se identifica con la ociosidad, "madre de todos los vicios" , como todos sabemos. En el siglo XVI, Bruegel pinta los siete pecados capitales y aplica a la Pereza esta leyenda: "Los perezosos e indolentes y todos los holgazanes siempre están provistos de viento pero no de dinero" , subrayando su desaprobación moral de una actitud que considera irresponsable. Con el protestantismo la ideología del trabajo se afirma cada vez más y entonces resulta evidente, como advierten muchos teólogos de la época, que "Job asegura que el hombre nació para trabajar como el pájaro para volar" (un "job" , en inglés y en francés contemporáneo es un empleo…)

Aunque el contexto es completamente diferente, todavía estamos influídos por esta cultura donde lo religioso se mezcla con lo económico y condena al ocioso a trabajar. A menos que sea un rentista: en ese caso es su capital el que trabaja por él…

En el Londres de 1880, donde vive por entonces con su mujer Laura, hija de Karl Marx, Paul Lafargue (1842-1911) escribe El derecho a la pereza. Cabe imaginar que discutió el tema con su suegro y a través de distintos testimonios, entre ellos el de Friedrich Engels, sabemos que aprovechó la biblioteca del autor de El Capital para nutrir su trabajo. Porque este elogio de la libertad de no hacer nada resulta de un trabajo documental particularmente serio, como lo constata Maurice Dommanget, que comenta por ejemplo las anotaciones de Marx al margen del derecho al ocio y de la organizacion del trabajo servil en las repúblicas griegas y romanas, de Moreau-Christophe, publicado en París en 18495. ¿Leyó Lafargue el folleto de Maurice Cristal, publicado en 1861 y titulado Los descansos del trabajo? En todo caso conoce los escritos de Fourier y no pudo sino verse seducido por la notable denuncia del dogma del trabajo que elabora el teórico de la atracción pasional.

Es el diario L´Egalité el que publica por entregas este texto panfletario, del 16 de junio al 4 de agosto de 1880, antes de que sea reeditado en folleto en 1883, con algunas modificaciones no desdeñables y constituye un indiscutible éxito de librería, tanto en ediciones piratas como oficiales. Durante mucho tiempo este texto fue considerado diferente del resto de la producción doctrinal del autor y excluido del catálogo de las obras marxistas. Lo que ocurre es que perturba con su acento libertario, su impertinencia respecto de los valores tradicionales del movimiento obrero (no vacila en criticar a los partidarios del derecho al trabajo y en escribir: "¡Vergüenza sobre el proletariado francés!") y con su llamado al "goce" , un término que asusta tanto al militante como al burgués.

Lafargue no sólo denuncia la "religión del capital" , sino todos los sistemas sociales que se fundan en el trabajo como único valor social e individual. Espera una liberación de la condición de asalariado ("la peor de las esclavitudes" ) mediante la máquina y el futuro acceso al "ocio" para todos. El término parece nuevo y su realidad improbable, habida cuenta de los horarios disciplinarios, el tiempo obligado de los desplazamientos y la débil esperanza de vida del obrero medio. El ocio es tener tiempo para sí, no para nada, sino para hacer lo que uno quiere. Es tiempo en cierto modo liberado, y sobre todo no tiempo libre.

El tiempo propio
Nuestra sociedad llamada "de consumo" no ignora que el tiempo libre es una trampa sobre la que se inclinan ávidamente los mercaderes de actividades de distensión, deportes o bricolajes, sin olvidar a los industriales del turismo. La pereza no es un derecho sino un deber que necesita un verdadero aprendizaje, a tal punto estamos convencidos de que "la" sociedad nos debe todo, nos asiste en todo, cuando en realidad nuestro grado de libertad se mide de acuerdo con nuestras iniciativas ajenas al intercambio monetario, con nuestro deambular personal y encuentros con nosotros mismos.

El tiempo es un valor que no tiene precio precisamente en tanto dispongamos de él a nuestro antojo. Resistir al tiempo del mercado globalizado, de los horarios impuestos por la santa rentabilidad, negarse a alternar la velocidad cuando la deciden los únicos gestores de los flujos y la lentitud cuando cobra una calidad nostálgica, casi patrimonial, para reivindicar el uso del tiempo propio y sus ritmos, de acuerdo con el propio placer… ése es el arte de vivir, al mismo tiempo autónomo y respetuoso de los otros.

En esta etapa del desarrollo del capitalismo, en el que el aumento explosivo de las riquezas producidas viene acompañado de un incremento en la desocupación y la marginación, conviene interrogarse sobre la redistribución del trabajo; pero también y sobre todo sobre su finalidad, su lugar en la existencia de cada uno de nosotros. La máquina a veces alivió el esfuerzo de los trabajadores -muchos oficios son indiscutiblemente menos penosos, pero en el caso de la doble jornada de la mujer las máquinas domésticas no "liberaron" mucho tiempo- pero generó nuevas coacciones y alejó a su usuario de la materia y la inteligibilidad del mundo.

Tal vez haya que sustituir al trabajo con la obra, actividad que apunta a reconciliar "al hombre consigo mismo" (Marx), a hacerlo menos ajeno a sus técnicas, a las cosas, a los otros y al mundo, a este mundo que acoge el desarrollo plural de su "ser" . Claro que en la "obra" hay un "obrar" , lo que da a entender a la vez la unidad y la singularidad del "hacer" y el "no hacer nada" , esa espera del devenir, esa pausa, esa deleitable pereza de observar cómo el tiempo desgrana sus partículas de instantes, esa estetización de nuestra estadía terrestre.

La pereza no solamente tiene que ver con la sabiduría, sino que confiere a quienes se entregan a ella un incomparable sentimiento de estar mejor. ¿Por qué privarse de ella?

1.Charles Fourier (1772-1837), teórico de un proyecto de socialismo utópico dirigido a través de los falansterios a la armonía universal; autor sobre todo del Nouveau Monde industriel et sociétaire.
2.Filósofo griego (-341, -270), fundador de una doctrina filosófica que implica una teoría del conocimiento y una moral sensualistas. Autor especialmente de Carta a Meneceo sobre la moral.
3.Dictionnaire historique de la langue francaise, bajo la dirección de Alain Rey, le Robert, París, 1992.
4.Jean Delumeau, Le Péché et la peur. La culpabilisation en Occident, Siglos XIII a XVIII, Fayard, París, 1983.
5.Paul Lafargue, Le Droit à la paresse, Maspero, París, 1972, precedido de una sustancial "Introducción" de Maurice Dommanget, historiador del movimiento obrero.

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